Siempre me ha fascinado la idea del
calidoscopio. Versátil, flexible, mientras más se mueve, más colores aparecen.
Afortunadamente comparto con gente cuyos
calidoscopios se mueven con una agilidad increíble. No queda sino admirarlos y
aprender de ellos. Observarlos desde la curiosidad, desde sus propuestas y preguntarse ¿De qué me sirve a mí todo
esto? En el calidoscopio, cada color
tiene su lugar, pero todos en movimiento. Las formas se juntan y separan, se
mezclan y dan lugar a nuevos colores. Aprender es aceptar que nuevos colores
hagan parte de ti.
Vivir
en estos tiempos de pandemia quizás sea
una de las experiencias más demandantes en cuanto a aprendizaje de nuestras
vidas. Encerrados en el mapa
indescifrable de la incertidumbre, nos vemos obligados a hacernos más dueños de
nosotros mismos, a mover el calidoscopio en nuevas direcciones.
Para comprender la vida, muchos escritores
y poetas han utilizado la metáfora del tren. En estos tiempos de parálisis, yo solo llegué a caminar entre sus rieles. Caminos
paralelos que se extendieron simultáneamente: uno, cargado de miedo; el otro,
de fe.
Mi miedo nada tenía que ver con el encierro
o la inseguridad a la que el mundo entero se enfrentaba. Por el contrario, apareció
con fuerza un temor que creía superado:
el de soltar a Santiago. Tenía miedo de olvidar su voz, su risa. Miedo a que
se me olvidara lo que se sentía en su presencia.
La
aceptación del miedo hizo posible una mirada escondida. Siempre vi en Santiago a
un espíritu libre, dispuesto a llegar a la montaña más difícil. Mi instinto
maternal reaccionó sintiendo miedo. Esta
historia se repitió muchas veces: cuando
decidió que iba a competir en manos libres, cuando se iba a escalar tepuyes, cuando
se fue de mochilero por un año por Latinoamérica, cuando se fue a escalar Los
Pirineos… Así muchas veces. Su entusiasmo y amor por la montaña te ganaba para
acompañarlo en su pasión. Entonces el miedo se disipaba.
En uno de sus diarios Santiago escribió: “Que al ver hacia el cielo
con humildad y con la esperanza de llegar a un lugar más elevado, sean la medicina para nuestro corazón y nuestra
alma”. Estas palabras me mostraron su voz y el sentir de su presencia. Entonces
vi claro lo que mi hijo vino a enseñarme con su vida: no
es posible amar desde el miedo.
Las lágrimas se hicieron presente. Como magia
de alquimista transformaron el miedo en paz.
En los
días siguientes asomó un miedo nuevo, el de perder amigos muy queridos. Este
miedo vino acompañado de la tristeza de ver a algunos partir. El calidoscopio
del aprendizaje se movía tan rápido que me era imposible asimilarlo.
Del
otro lado de los rieles, en el lado de la fe, vi aparecer mis fortalezas una
tras otra. La contemplación de la belleza como refugio. El amor al conocimiento
como impulso para certificarme de Master Coach. A veces, desconcentrada, se
hacía necesario cambiar el fluir por el compromiso. La generosidad me permitió
crear una red de apoyo vecinal que al día de hoy se convirtió en proyecto. Mi
curiosidad por el mundo estuvo en el origen de encuentros familiares para el
disfrute. Somos de esas familias dispersas en muchos países, y una vez al mes
organizamos viajes maravillosos a lugares extraños. Degustamos sus comidas y
conocemos sus culturas, todos juntos en una pantalla de zoom. La gratitud, esa
ventana que me permite ver la belleza en cada color del calidoscopio. La
perspectiva me ayudo a separar lo importante de lo banal, a sumar de los días
vividos. El amar y ser amado me afianzó en mí y en mis amores. Debo reconocer
que el amar se me hace fácil. El abrazo cercano de Rafael inunda mi ánimo.
Con nuevos aprendizajes sumé colores a mis cursos del perdón. Hasta estoy
incursionando en temas nuevos como son la honestidad y la coherencia.
Saber caminar entre rieles paralelos se
convirtió en una fortaleza más. Jung me clasificó en la categoría de sanador; en
la mitología griega representado por Quirón, el sanador herido. Desde la
humanidad de mis heridas puedo sanar y ayudar a otros a sanar. Los dioses
eternizaron a Quirón en la constelación
de Sagitario. Soy sagitariana. Como todo sagitariano: expansiva; y, como toda
luciérnaga: alegre y perseverante con su luz.
En mi calidoscopio descubro colores de una
belleza nunca imaginados. Los aprendizajes han sido muy profundos. Permanecen
en mi disposición a amar con pasión eso que hago, a darme generosamente a quienes
amo; a contemplar el mundo desde la admiración, la gratitud y la compasión. Si
a ello sumo la experiencia del amor de Dios, que no me abandona, el miedo se
hace recuerdo y la fe camino.
Irma Wefer
No hay comentarios:
Publicar un comentario