La maleta
Lola tenía solo una hora para salir de su casa; ya venían por ella. No sabía si iba a regresar alguna vez. Sintió una profunda tristeza por tener que dejar todas esas cosas atesoradas por años.
Mientras secaba sus ojos, podía ver las vitrinas llenas de objetos, la vajilla, la platería, las sillas y lo más querido: sus cuadros. Había dedicado esfuerzo, tiempo y relaciones sociales con artistas, para llegar a poseer tal cantidad de cuadros y esculturas. Algunas eran grandes, a las que había colocado un marco de madera tallada con filigranas de oro, a otras que eran grabados sobre tela había tenido el cuidado de colocarlo entre dos cristales sujetados con cuatro uñas de plata y oro que unidas con un alambre de estaño, lograba quedarse fija a la pared.
Su colección de tallas coloniales también se quedaría a esperar la acción de la barbarie que llegaba en momentos; no sabía si iban a tener criterios de proteger o devolver las cosas. Sabía que todo caería al suelo. Se acabaría, se olvidaría. -¿Por qué no lo había regalado a una fundación?-
-¡Lola estás paralizada!, ¿te hago la maleta?- le preguntó Darío, su pareja
-Bueno si. Busca un “carry on” gris con rallas amarillas que está en el closet de la ropa de invierno y mete ahí dos mudas a ver cuánto sobra…-, suspiró
Darío subió corriendo siguiendo las indicaciones estrictas de la mujer. Cuando bajó de regreso todavía estaba parada en el mismo sitio, como una estatua, iguales a las que tenía en el jardín que había traído de Italia y que las hacía un artesano Toscano amigo de su abuela.
-No haz hecho nada, se te acaba el tiempo-, dijo
Pero Lola si había hecho. Todo mental. Usó el tiempo de bajar la maleta para pensar que se llevaría en tan precario tiempo. Solo le dijo lo que pudo: recuerdos, dinero, salud, identidad, inteligencia y amor. Vio que en la maleta todavía quedaba espacio para esas cosas y entonces comenzó a correr. En ese mismo orden lo hizo. Fue a la sala y tomó una vieja foto con todos que atesora, luego recogió el dinero en efectivo que tenía bajo llave. En la cocina vació una pequeña gaveta con las pastillas que necesita al menos para una semana. Tomó de la caja fuerte, sus pasaportes, aun los vencidos; para la inteligencia tomo una versión de bolsillo del nuevo testamento, pues era creyente, y por último; dedicó dos minutos para ver a los ojos al ser que amaba que estaba parado frente a ella. Lo abrazó, lo besó y le dijo que pronto estarían juntos de nuevo.
Afuera, ya estaba un coche esperando para llevarla a un destino desconocido. Corrió, abrió la puerta y espero a que comenzara a andar. No se volteó. Todo se quedó. Solo se llevó lo que necesitaba para irse y así fue.
-Toda la vida en una maleta-, dijo. -Solo me llevo lo que no pueden quitarme, quién soy, a quién amo, mis creencias, mi salud y por sobre todo, mi libertad de poder decidir que nada me hace falta; que me lo llevo dentro.
Cuando llegaron a buscarla ya ella iba en camino a la frontera. Ellos también cruzaron a buscarla. En el cuarto de un viejo motel de dos pisos y al final del pasillo junto a una ventana, encontraron la maleta con sus documentos, un poco de dinero y la ropa de cambio. Había dejado la habitación paga por una semana. Había un cigarrillo en cenicero a medio fumar. Pero ella no fumaba.
No volvió. Nunca supieron que se había llevado un pequeño libro y una foto de la familia.
- ¡Ah pues, con Lola…!, se oyó en la oscuridad.
Alberto
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