El niño Jesús vs. San Nicolás
Deben haber pasado más de 55
años. Difícil ubicarlo exactamente, pero fue un año difícil. Por un lado
prohibieron las importaciones pero siempre estuvimos acostumbrados a tener un
pino natural en la sala. De hecho no creo que existían aun, los pinos
artificiales en las tiendas. Ese año a la usanza caraqueña y a su ingenio, ya
que no hubo dinero para pinos naturales, ni uvas ni manzanas, mi madre tomo una
rama del patio y la pintó de blanco. Para pintar no tomó pintura sino jabón Ace
para lavar la ropa, muy espeso y con muy poco agua y que al secarse parecía
traída del mismo polo norte. Era una rama fea, irregular, seca y blanca. Con
luces y pelotas, hacía recordar de alguna forma, a la navidad.
Era pequeño entonces. Igual,
el 24 en la noche los cinco hermanos nos encerraban en un cuarto, esperando que
llegara San Nicolás y no fuera ser que si nos veía, se fuera sin dejar nada. En
mi casa no había chimenea, así que me imagino que entró por la puerta de vidrio
quedaba justo al patio de atrás, que lindaba con el zoológico el Pinar. A veces
pensaba que ojalá no se equivocara de casa y se metiera en la jaula de los
leones. Esa noche hubo regalos al pie de la vieja y fea rama. Igualmente al
escuchar el grito de mi padre decir: _YA LLEGOOO, sirvió para salir corriendo.
No importaba que llegara de último porque Santa se tomaba el trabajo de
colocarle nombres a los regalos.
Mi Papá era alemán y mi Mamá
de Maracaibo, pero hija de maracucha y un alemán. Ahora en perspectiva me
parece interesante como nuestras costumbres se hicieron únicas, producto de un
desaforado gesto de integración de costumbres. En mi casa venía un viejito
barbudo, pero en cambio a los vecinos los visitaba un bebé en pañales. En casa
nunca faltó el nacimiento al lado del arbolito. Ahí estaban como en casi todas
las casas de la gente que conozco. La diferencia justo estaba en quién era el
encargado de traer los regalos; el viejito o el bebé. Los españoles se dejaron
de pendejadas y le dieron el trabajo a tres Reyes Magos que venían del Oriente.
Tiene sentido pues ellos si le trajeron regalos al hijo de Dios; oro, incienso
y mirra.
Eso si era notorio; nosotros
recibíamos regalos en 24 en la noche y los criollos de al lado de la casa, el
25 en la madrugada. En la mayoría de los casos al despertarse los niños, aun
los padres estaban de fiesta así que no pasaba nada en particular. En el caso
nuestro, estaba claro que un viejito llegaba a la casa con una bolsa inagotable
de regalos, mientras que los otros solo decían: “llego el niño Jesús”. No tenía
una imagen sino solo el verbo, la creencia y el milagro. Para los cristianos está
claro que es mejor que sea el niño a que sea un viejecito europeo, gordo, que
vuela con renos que no hemos visto nunca, que tiene una fabrica con Elfos y
además que entra por las chimeneas. El niño por otro lado, estaba naciendo o
estaba de cumpleaños, y como niño Dios está autorizado para hacer milagros en
noche buena.
La primera vez que vi al
niño Dios, mi hermano Jesús, quizá haya sido aquella noche frente a la rama fea
y raída pintada de blanco que servía de cobijo al pesebre. Esa noche mi mamá
tuvo cuidado en colocarlo en el cesto lleno de paja, y entendí que no entendía el porqué nos
escondíamos de alguien que queríamos ver, a la par que aparecía el niño de la navidad y
si se dejaba ver. Esa noche, el niño estaba casi desnudo, con el pelo largo y
con una corona de luz, que años más tarde cambiaría por espinas. A su lado, la madre
de mi hermanito y su esposo, y detrás, una mula y un buey. En el techo de paja,
un ángel radiante que compartía las luces de las casitas de barro y cartón que
titilaba en la oscuridad. No recuerdo el regalo pero sí recuerdo los ojos del
niño nacido, que miraban los míos.
Alberto
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