Un amor ido y presente
Jueves 17 de octubre de 2019, en la Urbanización El Cigarral, Caracas, en horas de la madrugada. Dos maletas, un morral y una cartera. Su mente y la mía repletas de una extraña incertidumbre que convivía muy bien con certezas y posibilidades. Una despedida muy breve; rápida. Un solo abrazo, sin besos, y una expresión que no podía faltar y debía quedarse por siempre estampada en el corazón y en todo su ser: "Dios te bendiga y la Virgen te proteja y acompañe". No hubo respuesta. Fue muy buena y oportuna la excusa de que se estaba haciendo tarde para llegar al aeropuerto. Eso no le dió permiso al dolor, al sufrimiento y a las lágrimas para que hicieran acto de presencia, en un momento tan amargo, aciago y cruento como ese.
Sin esperar a que el taxi se alejara, subí al apartamento y me acosté. Dormí como un par de horas más hasta el amanecer.
Ella había dejado la puerta de su cuarto cerrada, y así permaneció por dos días y medio más. El sábado en horas de la tarde, ante la necesidad de buscar algo, finalmente me atreví a abrir esa puerta que contenía detrás de ella una vida entera. Sacudí las sábanas, busqué en el clóset y me asomé por debajo de su cama. Fue cuando descubrí que ella no estaba. ¡Se había ido! Ahora no logro recordar por cuánto tiempo estuve llorando.
Ya son 28 meses sin olerla, abrazarla, besarla. Nos separan las millas que hay entre Caracas y Grapevine, en Texas, Estados Unidos. También nos separan una solicitud de asilo, un pasaporte muy recién vencido y un engorroso trámite de solicitud de renovación de una visa americana.
Nos une el amor, la esperanza, la tecnología y una confianza infinita en que Dios está preparando nuestro reencuentro para la ocasión perfecta. La que nos corresponde a las dos.
Hija de mi vida, te amo infinito y con mi ser. Y te abrazo con mi alma dolida y esperanzada.
Tibaire García Pérez
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