2016
La vida es tiempo que cuenta lo que hemos
sido y lo que somos. Hay tiempos más
significativos por su dureza o por su regocijo. Esos son huellas indelebles que
arrojan una mirada sobre nosotros mismos de entonaciones tan variadas como las emociones que producen. El 2016 fue
uno de ellos. Nació aciago. Tratando de comprender lo incomprensible, tratando
de entender la ausencia.
Un cuatro de febrero fuimos a despedirnos
de Santiago. Lejos, en la recóndita montaña, su espíritu inquieto y libertario
había decidido recorrer la más inaccesible cumbre donde fue inalcanzable. Mis
ojos sólo podían ver la hermosura de una lápida de piedra negra que recordaba
su esencia: alma de artista y arrojo de escalador.
Pero en la vida hay encuentros que te
rescatan el alma y ese día ocurrió uno de ellos. Frente a la lápida, cual
centinela, un pequeño zorro dorado nos retaba con su mirada. Cosa curiosa ya
que los zorros son huidizos y esquivos.
Vino a mí la imagen de un “principito”
que desde que recuerdo acompaño a Santiago. Entonces el zorro tuvo sentido. Era
el amigo que siempre acompaña. Aquel de “lo esencial es invisible a los ojos”.
Allí mismo, en la oscuridad terrible del dolor, se hizo clara la luz de su
presencia.
Ya no vi su cara ni oí su voz. Empecé a
oír otras voces que hablaban de su
nobleza, de la belleza que había en su ser. La evidencia de su corazón generoso
me llevó a la certeza de que recorría la cima de bondad infinita.
Sorprendentemente la pérdida más grande
mostró la insospechada fortaleza. El alma agotada creyó en sí misma con la
convicción de que era mejor “encender una humilde vela que maldecir la oscuridad”.
El amor profundo realizó su tarea trayendo consigo al agradecimiento.
Agradecimiento por lo que Santiago fue, por lo que es, por lo que fuimos juntos
y por lo que seguimos siendo.
Cuando un hijo se nos va, la vastedad del
amor nos hace sentir que mucho de él se nos queda entre las manos. Sólo nos
queda prodigar ese amor a los demás. A los cercanos que, como vasos
comunicantes, nutren nuestras fuerzas. A los lejanos como necesidad vital
porque si el dolor no sirve para hacernos más generosos, pacientes y tolerantes
con los demás no sirve para nada.
Hace algunos meses alguien me dijo “a
pesar de todo te atreviste a ser feliz”. Caí en cuenta de mi osadía: en medio
de ese terrible dolor yo había decidido
ser feliz. Feliz porque mi vida está llena de bendiciones, feliz porque estoy
rodeada de gente maravillosa, feliz porque me falta mucho por ser, hacer y dar.
Puedo sentir que la Virgen lo abraza. Sus brazos se hacen mis brazos y en ese
instante el amor de Dios nos acoge a todos. Una nueva certeza se arraiga en mí:
Santiago es feliz.
De siempre me ha hechizado un cielo
estrellado. Ahora tiene un nuevo significado, en ese cielo hay una estrella que
mis ojos no alcanzan a ver pero que ilumina para siempre. Al final del día
descubrí que Santiago sólo está aprendiendo a ser de otra manera en el
territorio de la plenitud y las palabras de Elsa Arango se hacen eco en mi
mente: “el dolor llena de lluvia los ojos mientras el amor y la gratitud llena
de luz el corazón. Cuando hacemos un duelo, de lluvia y luz nace un arco iris,
el símbolo de conexión entre la tierra y el cielo”.
Bienvenido 2017.
Apreciada Irma: todavía no he tenido la dicha de conocerte personalmente, pero con tú bello y sentido escrito me trasmitiste muchas positivas emociones. Me imaginé la fresca montaña, el zorrito, el cielo estrellado y muchas otras imágenes pasaban como un vídeo por mi mente mientras leía tu reseña. Me gusto mucho. Gracias por compartirlo con tus amigos del club. Saludos.
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