Por los años de 1974, me estaba
graduando de bachiller. Veníamos de unos años desgarrados y violentos, producto
en parte del mayo Francés del 68 que a Venezuela llegó por los 70. En esos
tiempos solíamos escuchar a la nueva trova Cubana, cantando letras que hoy en
día, sabemos que no entendimos mucho. Sin embargo, Pablo Milanés, le puso
música a los versos de José Martí. De ellos, “el tiempo el implacable, el que
pasó” ha quedado por años en nuestra memoria:
El tiempo, el implacable,
el que pasó,
siempre una huella triste
nos dejó,
qué violento cimiento se
forjó
llevaremos sus marcas
imborrables.
El
poeta nombra al tiempo de implacable, que tiene que ver con la rigurosidad con
la que algo se hace; en este caso con lo que pasa y deja. Más adelante en la
canción dice:
Cada paso anterior deja
una huella
que lejos de borrarse se
incorpora
a tu saco tan lleno de
recuerdos
que cuando menos se
imagina afloran.
Los
recuerdos son sin dudas los hijos de las vivencias, aquello que nos va quedando
luego de caminar. Bien cierto dice que cada uno de ellos se va acumulando a un
gran saco y desde allí somos lo que la suma de ellas vaya produciendo. El saco
lleno de recuerdos y de huellas es lo que somos y como dice el poeta, “cuando
menos se imagina, afloran”.
La vida es
una maravillosa suma de partes que luego de vividas podemos entenderlas como un
sistema, que es mucho más que todas ellas puestas unas al lado de las otras. El
saco es el sistema, luego de tanto vivir, lo que hacemos se incorpora y mueven
unas con otras y podemos entonces, en un sobresalto, poner mano a alguna de
ellas que aflore para salir fortalecido. ¿Será que la Resiliencia tiene que ver
con la experiencia?. No comparto con el poeta que todo lo vivido nos deja
huellas tristes; al fin y al cabo son huellas y para más señas, son las
nuestras. De lo triste y lo alegre se aprende por igual y esas emociones nos
constituyen como las personas que reconocemos que somos, en nosotros mismos.
En el
ejercicio de este ensayo escribí en una hoja de papel la profesión que tengo y
quizá la profesión derivada. En el otro lado de la hoja puse como título: “Mis
Oficios” y fue entonces cuando me di cuenta del tamaño del saco que tengo y comenzando
a aflorar aquellas “marcas imborrables” que dejan las huellas con un paso firme
al andar.
Tengo 20
0ficios.
Y cada
oficio en cada momento, y no siendo el mejor, sino el mejor para mí en la
colección de vidas vividas que me han conectado con lo posible, con la
compasión, con la escucha activa y acompañar a los que menos pueden andar. Ayer
escuchaba que cuando uno hace algo por alguien, lo puede hacer desde la
obligación o lo puede hacer desde el amor. Yo escogí la segunda. Lo que pasa es
que es una fina línea que los separa y a veces, ni uno mismo es capaz de
encontrar la diferencia; pero muy profundo, al lado del corazón se encuentra
los propósitos. Alguien siempre te podrá
decir lo que ve, y uno en su “darse cuenta” validará o no la opinión del otro.
Lo que importa es lo que uno llega a ver y validar de su propio camino.
A los 12
años descubrí que era titiritero, yo mismo los construía. Los hacía de cartón o
de tela, de material reciclado o comprado. La fama de un niño entreteniendo a
niños, llegó a los colegios y se peleaban para que fuera a hacer el teatro.
Tenía una maleta mágica como la de Félix el gato, (mi Alter ego), donde había
de todo. Mi hermana y mi sobrina hicieron sus pasantías y trabajos especiales
con mis teatros de títeres. A los 18 descubrí la música por un piano viejo que
llegó por accidente a la casa en una mudanza de un familiar. A los 23 era
organista. Luego cuatrista. Tiempo después el arco y la flecha. En la vida
profesional aprendí los oficios de herrero y albañil, pero nunca lo ejercí,
como casi todos los oficios.
Y así en el
tiempo, ceramista, pintor, repostero, bloguero, perito avaluador, profesor
universitario, constructor, locutor, repostero, comediante, payaso y ahora
fotógrafo.
Quizá tendría
más riqueza material si hubiera seguido la ruta de la hiper especialización
pero no sé si tan feliz, como siendo un poco de lo que me ha dado la vida a
través del tiempo. Es por eso, que uno sigue los pasos del ser que se va
siendo, como decía Arturo Uslar Pietri, y en ese andar es que uno puede darse
cuenta de lo que puede llegar a ser con solo desearlo, (y hacerse cargo); esa
es la magia del devenir, la magia de un mundo de emociones y experiencias
diversas que te conducen a percibirte como un ser pleno. Como dijo la Piaf, “no
me arrepiento de nada”.
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