Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha: 22/06/2019
Agrama se había organizado desde temprano para poder ir a la
fiesta de reencuentro con sus amigos de bachillerato, a quienes no veía desde
hace 30 años. Ella no estaba muy
convencida de asistir, no tenía ganas de verse nuevamente con esa gente,
pensaba que, si en aquella época eran desagradables, ahora serían peores. Fue
su mamá quien la convenció que fuera, insistió con tantas llamadas que prácticamente
se vio obligada a complacerla y hasta tuvo que prometerle que iría.
Le fue complicado escoger la ropa que se iba a poner. Se probó
varias combinaciones de pantalones con blusas y vestidos, pero cada vez que
lograba una vestimenta que le gustaba, pensaba en la mirada de alguno de sus
compañeros. Cuando se puso el vestido de flores, pensó en aquel desgraciado que
la enamoró y que la abandonó luego de haberse aprovechado de ella, cuando
estaba tan ilusionada que fue débil a las peticiones pasionales de ese hombre.
Al probarse los pantalones de jean ajustados, que resaltaban sus esbeltas
caderas, con una blusa de seda que transparentaba y dejaba ver su brazier
mostrando la firmeza de sus pechos, como producto de su rutina en el gimnasio,
se le vino a la mente una guerra de críticas de sus compañeras, quienes solo se
dedicaron a tener familia y a engordar. En fin, se decidió ir vestida como lo
que es: una ejecutiva exitosa, se vistió de manera elegante, resaltando su
altura con unos zapatos de tacones altos, con un pantalón negro y una blusa
roja manga larga con cuello de solapa ancha, desabotonada por delante hasta la
altura del corazón para que resaltara su collar de perlas, combinando con sus
zarcillos también de perlas, en su muñeca izquierda se puso su rolex, en el
índice de su mano derecha se colocó el anillo que se compró en su último viaje
a Paris, y también se puso un cinturón de cuero blanco con una hebilla que tenía
un brillante en el centro. Para terminar, se maquilló y se aplicó su mejor
perfume. Estaba realmente hermosa, como siempre acostumbraba enfrentar su día
de trabajo como directora ejecutiva de finanzas de una empresa trasnacional
reconocida.
Al momento de salir, le repica su celular. Era su mamá que llamaba
para asegurarse de que no fuera a retractarse de su promesa. Mientras Agrama le
respondía de manera impertinente, se dirigía al ascensor privado que llegaba a
su pent – house. Cuando abrió sus puertas, consiguió la excusa perfecta para
despedirse de ella. Mientras bajaba al sótano, iba recordando a los amigos más
icónicos de aquella época.
Pensó en Luz y su optimismo exagerado e irritante, la que siempre
andaba con una sonrisa, como si todo fuese color de rosa, le encantaba
organizar fiestas. Aseguraba que ella estuvo involucrada de lleno en esta
reunión. Imaginó que ya tendría el repertorio musical, esperaba que no se
pusiese insoportable obligando a todos a bailar, como sucedió en la fiesta de
graduación, que la puso a bailar con Babo, que con solo recordarlo le
repugnaba, ya que solo quería bailar pegado.
Babo le despertaba recuerdos de situaciones muy incómodas y
pervertidas, se la pasaba espiando en el baño de las mujeres, buscaba la manera
de tocar disimuladamente las partes traseras o rozar los senos de las chicas, y
lo más repulsivo eran sus piropos, porque eran muy ordinarios. Por eso, bien
tenía ganado su apodo de “El Baboso”. Ella pensaba que no sabría qué hacer si Babo
le sale con una de las suyas en la reunión, quizás lo demandaría, pero
seguramente los demás compañeros intervendrían para que no lo hiciese, pero por
lo menos una buena cachetada le daría. Aunque también sentía lástima por él,
porque solo trataba de imitar a su amigo Giácomo, quien era un seductor.
Giácomo, le hacía traer al presente los momentos de cómo fue
seducida hacia al amor, a la pasión desenfrenada, para luego sentirse decepcionada
consigo misma por dejarse engañar de esa manera, que la hizo sentir como la
mujer más estúpida al enterarse que fue su tercer trofeo en ese año y que sus
amigas Dulce y Victoria trataron de advertirle, porque ya habían pasado por lo
mismo. Agrama dudaba que sus días de Casanova se hubieran acabado, porque no
era agraciado y la manera de tener una mujer era gracias a su habilidad verbal
y gestos románticos, por eso, sus conquistas eran grandes trofeos que
alimentaban su ego.
Al recordar a Dulce, entendía por qué fue presa fácil de Giácomo.
Su tristeza y pesimismo no la dejaba evolucionar. Pensaba que la falta de
visión de sí misma, de su belleza y de su inteligencia, le producía ese vacío
que cuando cualquier muchacho se le acercaba, se dejaba seducir. Se le vino a la cabeza aquellos días que la
veía llorar, como: antes de los exámenes porque decía que no había estudiado lo
suficiente y resulta que sacaba las mejores notas de la clase, también cuando
se sentía apartada o excluida por los amigos, o cuando en una oportunidad la
causa era porque algún día moriría ella o alguno de sus amigos. Estas
situaciones de pesimismo vividas con Dulce le hacían exacerbar a Agrama, porque
no entendía como pudo ser su amiga si ella no era así.
En cambio, sentía admiración por Victoria, porque era una de las
chicas más inteligentes, no necesitaba estudiar para obtener buenas
calificaciones. Pensaba que más bien su relación con Giácomo fue porque así lo quiso
y se dejó seducir apropósito. La recuerda también como una chica callada, muy
observadora y centrada en sus opiniones, las cuales eran puntuales y en el
momento justo, siempre imponía sus ideas lo que generaba malestar en los
compañeros y más aún cuando se daban cuenta que ella tenía razón. Con ella se
podría entender bien, aunque piensa que podría tener momentos de disgusto al
tratar imponer sus ideas. Su alejamiento con ella se debió a su empate con
Valentín, quien era un fanfarrón y no se la merecía.
La aversión que Agrama sentía hacia Valentín era porque,
aprovechándose de su corpulencia, se metía con todo del mundo, era presumido,
se creía un dios. Recordó que en una oportunidad se la quiso echar de más
fuerte ante un muchacho que le decían “Guerrero”, quien estudiaba en el liceo
vecino, pero el tiro le salió por la culata cuando éste solo le propinó un
derechazo en la cara que lo hizo caer, primero sentado, luego de espalda, sobre
el concreto de la acera, teniendo los compañeros que atenderlo porque estaba
noqueado.
En el momento que Agrama pensaba en los comentarios y las burlas
en secreto que surgieron en el colegio al día siguiente, sobre el nocaut de
Valentín, es cuando el ascensor llegó al Sótano 1, donde el chofer la esperaba
con el carro ya encendido, un BMW de último modelo. Luego de saludarse respetuosamente,
él le pregunta por el destino, a lo que le respondió: “al lugar de siempre,
donde estoy segura que la pasaré bien, sin que nadie me moleste”.
FIN
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