Uno de los primeros desafíos que enfrentan los niños - aparte de aprender a caminar, por supuesto- es saber amarrarse las trenzas de los zapatos por sí solo. Recuerdo a mis hijos, dándole y dándole hasta que lo lograron y esa expresión de satisfacción que se dibujó en sus rostros es inolvidable.
Me reencontré con esa experiencia del "amarre" en estas navidades, cuando me tocó amarrar las hallacas que preparamos en casa. El amarre es, aunque muchos así no lo consideren, el paso más importante del proceso. Del amarre depende el éxito o el fracaso de la hechura, y el mejor guiso del mundo se puede perder si la hallaca no queda bien amarrada. El amarre se me parece mucho al blackjack, ese juego de barajas -también conocido como veintiuno- en donde el jugador va pidiendo cartas y sumando al valor que ya tiene en su mano tratando de acercarse lo más que pueda a 21, pero sin pasarse. Algo así sentimos cuando estamos haciendo el amarre. Es todo un arte, ir percibiendo la tensión de la cuerda y saber detenerse en el momento preciso. Vamos apretando poco a poco, si nos pasamos, podemos cortar la hoja y ¡perdemos! Pero si queda floja, se saldrá el guiso y las consecuencias podrían ser peores. El amarre debe quedar con la tensión exacta, lo más cerca de 21. Como la que debe existir en la relación entre amigos y familiares: ni muy fuerte que sofoque ni muy floja que se suelte.
Cuando le dije a mi sobrina que me había tocado amarrar las hallacas, me dijo con una mueca y algo de desdén: "Entonces no hiciste nada, eso se lo dejan a los niños para que lo hagan". No me agradó que se subestimara mi labor, y me motivó a escribir estas notas de reivindicación del amarre. Déjenle esa responsabilidad a los niños y pronto recordarán el popular dicho: "Quien se acuesta con muchacho amanece..."
Sumergir una hallaca mal amarrada dentro de la olla con agua caliente, es como lanzarse del "Titanic" sin salvavidas. La próxima vez que vayan a hacer hallacas, levante la mano y sin ningún tipo de vergüenza grite con orgullo: "¡A mí me toca el amarre!"
Con el avance de la tecnología, cada día se corre el riesgo que el amarre pueda ser sustituido por alguna otra forma de cierre de las hojas sin utilizar el tradicional pábilo. Algo como le ocurrió a las hallaquitas de maíz que, envueltas en las hojas del jojoto, eran amarrada con tiras sacadas de las mismas hojas del maíz. Pero un día a alguien se le ocurrió utilizar unas "gomas" o "ligas" y hasta allí llegó el amarre tradicional de la hallaquita. El "Sindicato Único de Amarradores de Hallacas" se opondrá a cualquier intento de acabar con nuestra importante labor. El pábilo es un componente que ya no puede ser sustituido sin afectar la fisonomía característica del producto y el cambio será fuertemente rechazado por el consumidor. Aquí la "liga", no "liga" con la hallaca.
Me siento muy satisfecho de mis amarres de este año. Por un momento temí no pudiera hacerlos porque tenía una mano lesionada. Un dolor muy intenso en la muñeca cuando movía el pulgar, que una amiga traumatóloga me diagnosticó como "Síndrome de Quervain". Nadie, normalmente, puede sentirse orgulloso cuando le diagnostican una dolencia, pero en este caso, hasta presuntuoso me sentí de experimentar algo con nombre tan especial y refinado. Le pedí a la doctora me repitiera que era exactamente lo que tenía mi mano. Me deletreó lentamente: "Sin-dro-me de Quer-vain" ¡Wao! Sentí que era algo que no lo padece cualquiera y me daba mucho "cachet" tenerlo. Así que nuestras hallacas fueron amarradas con mucho "cachet".
El amarre es el cierre de todo un proceso de elaboración del plato navideño más tradicional del venezolano. Es el paso final, que termina de vestirla para lograr su mejor presencia. Resulta paradójico, que siendo el paso clave determinante de su calidad, no llegue al plato del degustador. Es lo primero que se desecha y no acompaña a la hallaca en su corto viaje de la olla al plato.
Pero en el cierre del año 2019, miles de metros de pábilo se encontrarán en los desechos de tierras muy lejanas, como nunca antes se había visto, mostrando los rastros de la diáspora de venezolanos en el mundo, en búsqueda de seguridad, libertad y mejor futuro para su familia. Son como cuerdas de oro que nos unen a nuestras tradiciones y a nuestra tierra.
Lionel Álvarez Ibarra
Diciembre 2019
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