martes, 3 de marzo de 2020

Lionel Alvarez

DESDE PETARE RUMBO A LA PASTORA.

Era casi mediodía cuando fuimos a recoger a nuestro hijo a la salida del colegio. Asistía a su primer día de escuela y estábamos ansiosos por saber cómo le había ido. Por el parlante escuchamos cuando le anunciaban que sus padres lo esperaban en el portón. A lo lejos lo vimos, venía corriendo. Abrimos la puerta trasera del carro, abordó de una sola zambullida y sudoroso exclamó: "¡Hoy gocé un puyero!". Los días subsiguientes volvimos a su búsqueda y la escena se repetía. El último día, el viernes, estábamos en el auto esperándolo, pero esta vez venía caminando lentamente, se subió al vehículo, y al preguntarle cómo le había ido, nos respondió con poco ánimo: "Hoy no gocé tanto puyero".
Nos reímos mucho, nos pareció gracioso y ocurrente la forma como manifestaba sus emociones en esos primeros días de escuela. Muy posiblemente haya sido su primera experiencia de "habituación", ese proceso en que perdemos algo del entusiasmo, cuando lo que hacemos o experimentamos, deja de ser novedoso.

La mayoría de las personas vivimos esas experiencias a lo largo de nuestras vidas,  con nuestros trabajos, nuestras relaciones y vivencias. El proceso es también conocido en el ámbito de la publicidad, donde se sabe bien, que una valla publicitaria, por ejemplo, a orilla de carretera, al poco tiempo, los transeúntes se "habitúan", dejan de reaccionar ante el estímulo visual que representa, y se hace "invisible" ante sus ojos.

Al norte de la ciudad de Caracas el creador colocó una "valla natural gigantesca", una imponente montaña, que a pesar de su majestuosidad, no se escapa del fenómeno y millones de caraqueños, que se trasladan diariamente "desde Petare rumbo a La Pastora", ya no le prestan mayor atención, la habituación ha actuado sobre ellos y no se inmutan ante su presencia. La habituación es algo natural y hasta necesario en el ser humano, de lo contrario, estaríamos continuamente "consumiendo megas", procesando cuanto estímulo nos llegue para darle respuesta. No avanzaríamos un paso por estar analizando millares de estimulaciones ambientales  -muchas irrelevantes- que encontramos en el camino.

Sin embargo, nos relataba Marcolina, una amiga que vive en una casa aledaña al Ávila, que ella se resiste a la habituación, y no deja de admirar su cerro todos los días. Desde su balcón observa sus relieves, sus matices y tonalidades que tanto inspiraron al maestro Cabré. Nos asegura que lo disfruta todo el año, en especial cuando se acerca diciembre y florece el "capin melao", vistiendo de violeta sus faldas y anunciando la proximidad de las navidades ¡No me importa si pasamos unas cuantas semanas tociendo!  exclama, levantando la voz, como para que la escuchen todos. Luego nos susurra casi al oído: "A mí, nunca me ha dado alergia".

Muchos otros miles de caraqueños, aventureros y bendecidos por los dones de la curiosidad y el amor a la naturaleza, tampoco le dan tregua. Redescubren al Ávila cada vez que se adentran en sus entrañas. Se fascinan cuando lo exploran, cuando perciben el colorido de su flora y los sonidos de su fauna. Se refrescan con sus caídas de agua y sienten una inmensa paz espiritual. Llegar hasta su cima; ver a un lado el Mar Caribe y al otro, a la sultana del Ávila bajo las nubes  ¡eso no tiene precio... ni habituación!

Las personas que tienen esa capacidad de experimentar éxtasis y elevación  ante las bellezas naturales, sentirán más alegría y encontrarán más sentido a sus vidas.
Desde el momento en que sienta que ya no percibe con interés los estímulos de su entorno, que ninguno le llama la atención de manera especial, es momento de actuar, pudiera estar corriendo el riesgo de que su vida se esté deslizando por el tobogán de la rutina y el aburrimiento. Recurra más a menudo a esos espacios de oración y contemplación. Desarrolle, mediante la meditación, la atención plena en el aquí y el ahora. Revise y active todo ese arsenal de dones y talentos que lleva dentro, y que son tantos: Su sentido de humor, amabilidad, creatividad, amor, honestidad, prudencia, liderazgo, pasión, gratitud, optimismo... Eleve su mirada hacia el Ávila y más arriba, hacia donde siempre se dirigen las que van repletas de Fe y Esperanza. Logre que cosas pequeñas y rutinarias, se hagan grandes y valiosas, y no permita que ese proceso inherente a la naturaleza humana le impida disfrutarlas a cabalidad.

Habrá días en que "no goce tanto puyero" pero la vida es bella y siempre tendrá razones para vivirla a plenitud ¡búsquelas! que siempre hay un lado bueno en todo ¡descúbralo!

"Si la montaña - El Avila- no viene a ti, tú ve a la montaña".             

Lionel Álvarez Ibarra
Febrero 2020

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