Querido niño Jesús:
Eres tan lejano y tan cercano, que hoy decido
escribirte. Como sabes, soy Alberto y
tengo seis años. Te escribo de lejos, porque le pedí el favor a mi yo más
grande. Le he pedido que escriba más o menos lo que le digo y no escriba lo que
le parezca. Tengo seis años hoy.
En mi casa nunca faltó un nacimiento en Navidad pero
¿sabes?, no eras quién traías los regalos sino un señor de barba llamado San
Nicolás. A todos los niños del cole lo visitabas tu y a mí, el viejito. Pero al
final, creo que es lo mismo; solo era cuestión de horas. Mejor nosotros que era
el 24 y no en la madrugada del 25. Me hacía mucha ilusión ese día. Llegaba mi
Papá y decía que “corran a esconderse que viene San Nicolás”. Y todos nos
encerrábamos en un cuarto hasta que él decía que ya se había ido. Salíamos corriendo todos hasta el árbol. Mi
hermana mayor ya tenía 18
Estábamos todos; los cinco. Era bonito; la mejor
época. Mis hermanos varones me
“caribeaban” como si fuera un niño de
otra casa Mis hermanas estaban en otras
cosas de mujeres. Ese fue el último año
que viajamos juntos a la playa. Luego se casó una hermana y luego, la otra. Caminaba
desnudo con una vasenilla en la mano. Y me pregunto, ¿Por qué no hacía pupu en
la calle si iba desnudo.? Y desnudo me salvé de un mar de fondo en Arrecifes, y
desnudo, de las quemadas de las aguamarinas, y desnudo de los cangrejos
aplastados por las ruedas de los carros. Ahh.. era libre. No tenía pena ni
verguenza. Igual, a veces tenía que escapar de mis hermanos. El niño menor, el
raro.
Entré tarde al cole. Directo a Preparatorio. No me
acuerdo del nombre del cura que me enseñaba la M con la A, ma y la M con la A, ma,
sentado en sus piernas. Usaban trajes largos como los de mi Mamá. (ahí aprendí
que “mi Mamá me mima”). Pienso que estaba bien. Así enseñaban entonces. Luego,
los mismos curas comenzaron con las mismas cosas de mis hermanos y ya no me fue
tan bien. Pasé del colegio en casa sin maestros, a uno lleno de gente vestida
de negro. Fue una año distinto. Del
colegio en casa al colegio de gente brava y seria, de mis hermanos completos, a
la aparición de sus novios y esposos.
Luego, llegó la primera niña, mi primera sobrina, mi hermanita. Mi Mamá
y mi hermana estaban esperando bebes al mismo tiempo. Mi mamá no pudo. Era una
niña. Lo recuerdo porque pasó en la casa y se la llevaron como dormida en una
ambulancia. Subí al cuarto y vi mucha sangre. Me puse a llorar.
Ese año fue distinto, Jesús. No llegaron los arbolitos de
San Nicolás. Todas las señoras amigas de mi mamá, se pusieron de acuerdo para
buscar algo distinto. Recuerdo que yo la ayudé. Era una rama seca del patio
pintada con jabón de lavar y agua. Era como darle una capa de pintura. Luego le
pusimos las luces y las bolas. Mi Papá no decía mucho en el proceso, pero solía
decir, “Le faltan las lametas plateadas”. Yo ayudaba a construir tu espacio,
niño Jesús. No era muy grande. Pero si sabía por el Colegio ya, de José, de
María, del burro y el Buey, de los pastores y de las ovejas. Todo venía en
cajas. Todo estaba forrado en papel periódico. Había que tener cuidado al meter
la mano pues una vez salió un ratón y un alacrán. Ese año, por cierto, me picó
un alacrán grande. Por fortuna no estaba solito. Estaban mis hermanos grandes.
Yo andaba desnudito por la casa y descalzo. Baje a la cocina con la luz
apagada. Luego del dolor no recuerdo nada, o mucho. Recuerdo a mi hermano
corriendo conmigo en brazos. Desperté al día siguiente. Quizá fueron las
pastillas, no sé.
¿Por qué te escribo esta carta hoy? Ahora con seis años,
y aunque yo hacía el nacimiento, nunca te llegué a dar las gracias. Tu también
estaba desnudito en una camita de paja. Estabas rodeados de animales, y tus
padres te miraban con cariño. Te traían regalos, al igual que mi San Nicolás.
Tenías un Papá, una Mamá y gente que iba a verte. En tu desnudez me encuentro.
Quiero decirte que te quiero por haberme protegido tantas veces ese año y en
los siguientes. ¿Sabes?, que decubrí que lo único que te falta, que yo tenía,
eran mis hermanos, pero como somos hijos todos de Dios, entonces somos hermanos
también, ¿no?. Yo te presto los míos, pero me los devuelves, ¿ok?
¿Tú tampoco tenías vergüenza a los seis? Creo que no. Por
los momentos tengo que caminar con los gritos de otros niños. Claro, no hice
Pre Kinder ni Kinder; y cuando llegué a Preparatorio todos eran sus amigos. Sin
embargo, conseguí dos ángeles en el camino; mis complices, mis hermanos de mi
edad. Aprendía a jugar, a inventar, a crear.
Para terminar te quiero preguntar. Si aparece la
vergüenza, ¿Qué vamos a hacer de grandes con esas cosas que aprendimos a mi
edad? ¿Qué le puedo decir a mi yo grande que está escribiendo lo que le cuento,
con las cosas que me pasan a esta edad?
Solo espero Jesús, que esas lágrimas que se borra de la
cara en este momento, sean de libertad.
Te quiero mucho hermanito,
Beto
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