Autor: Martín A. Fernández Ch.
28/06/2020
El arte siempre me ha acompañado desde pequeño, no porque tuviese rodeado de algún familiar o ambiente artístico, sino porque tenía una habilidad innata, específicamente con el dibujo. Lo hacía y lo sigo haciendo desde una perspectiva recreativa y de distracción. Ahora, desde muy reciente, he empezado a potenciar el arte de escribir, lo cual disfruto plenamente y toco otras almas para su bienestar.
Quizás, el arte lo tenía en mis genes, seguramente era una motivación heredada de mi madre (le decíamos Mamaíta), quien de pequeña aprendió el arte de coser, pero con una formación muy precaria o de pueblo; sin embargo, según me decía ella, mostraba habilidad pero que no se le reconocía, en esa época lo importante era que aprendiera a coser. Recuerdo que ella se metía en cualquier curso que le permitiera hacer algo en las horas ociosas, mientras estábamos en el colegio o la universidad. Ella hizo pintura sobre tela, macramé (haciendo suéteres, pequeños manteles, adornos, entre otras cosas), bordados en manteles, piezas de escultura/cerámica para los adornos de casa, hasta aprendió a cortar el cabello que, aunque no lo crean, era un arte cortarnos el cabello a nosotros (5 varones). Lo curioso de todo este aprendizaje de Mamaíta, es que siempre me consultaba sobre cómo le iba quedando, qué colores aplicar y, en ocasiones, la ayudaba.
El andar por mis habilidades artísticas del dibujo, lo hice sin ningún tipo de aprendizaje formal, todo ha sido de manera autodidacta, leyendo libros de dibujo, observando pinturas en textos y, lo más importante, siendo siempre muy observador y curioso.
También tocaba la guitarra. A los 11 años, en el Club Canaria de Macuto, Mamaíta nos metió (a sus 4 hijos) en música para aprender a tocar la guitarra. De todos mis hermanos, fui el único que continuó con esas clases en el club, aunque mi hermano Omar (le decíamos May) se inclinó por tocar guitarra eléctrica por su cuenta, formando con algunos amigos un grupo de rock, por entretenimiento. Con el tiempo, en el Club formamos una rondalla, que la llamamos Tabaiba, que era un grupo donde se tocaba guitarras, bandolinas, púas, bajo, pandereta, cuatro y otros instrumentos de percusión, y también teníamos cantantes con distintas voces (primera, segunda y tercera).
Con dicho grupo recorrimos gran parte de Venezuela, animando fiestas en distintos clubes canarios, fuimos reconocidos como el mejor grupo musical de nuestra comunidad. Los logros más satisfactorios que obtuvimos fueron: grabación de un disco de vinil y dos casetes, y dos giras por las Islas Canarias de La Gomera, Tenerife, La Palma y Gran Canarias. En dichas giras me di cuenta de la conexión amorosa tan fuerte entre los Canarios y Venezuela. Una anécdota de ese recorrido musical que recuerdo siempre, por lo emotivo, fue una cuando la primera presentación que hicimos en la isla de La Palma, al empezar a tocar la primera canción, una familia que estaba al frente se levanto extendiendo la bandera nacional de Venezuela, lo cual nos alegró esa noche. Este maravilloso grupo ya dejó de tocar, por las circunstancias país y familiares, sus miembros fueron emigrando o cada quien tomó su camino, sin embargo, seguimos en contacto a través de la tecnología, fueron más de 20 años juntos que nos volvimos una gran familia. Algunos continuaron en sus practicas musicales con sus instrumentos, en mi caso, ya no toco la guitarra desde hace mucho tiempo.
Mis hijos, también tienen la habilidad de dibujar y de escribir, cada uno a su estilo. Con el dibujo, los enseñe con lo básico y de allí han arrancado de manera autodidacta, a lo que una vez les sugerí que tomaran un taller de pintura para que aprendieran distintas técnicas, a lo que me respondieron “Papá, para qué nos vamos a meter un taller si tenemos al mejor maestro del mundo, que eres tú”. Con la escritura, han ido aprendiendo con el ejemplo, con entender que escribir es un arte que se origina desde el corazón y el pensamiento, la técnica literaria lo aprenderán en el tiempo.
FIN
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