13 chocolates
Ella salió temprano, tenía
que madrugar pues vive en un barrio del oeste de la Ciudad, con una relación de
mucha población y poco transporte. Es delgadita y muy bien parecida. Lleva unos
pantalones de yines y una camisita blanca por fuera. Se pone zapatos tenis
porque puede llover y le teme a las enfermedades, aunque es muy sana.
Morena de piel, con ojos
marrones color chocolate con leche; por eso la llamaron Esperanza. -¿Y qué
tiene que ver el chocolate con la esperanza?, le preguntaba a su madre. –“Ya lo
descubrirás”, le decía. Es una atleta bien formada, con un cuerpo tallado y
marcado.
Caminaba apurada para llegar
al Metro y poder ser puntual en su trabajo. Mientras lo hacìa, soñaba algún día
poder enamorarse de verdad, así como lo veía en las películas, en las que dos
seres que deambulan por el mundo, por casualidad, se cruzan y se tropiezan en
la calle, para quedar unidos inevitablemente por toda la vida. Luego de ese
pensamiento, Esperanza suspiraba. Siempre suspiraba.
Natan es un joven
profesional, de buen porte. Trabaja en finanzas por lo que siempre va bien
vestido a su trabajo. Es como se puede decir, un personaje exitoso. Es
deportista, atlético, definido, elegante, e interesante, pero casi siempre
serio. Ayer salió a pasear con su perro
“Funche”. Se iba a una zona boscosa del este de la ciudad; una “zona
protectora” como la llaman por acá. En
su traje de ejercicios, Natan y su perro Pastor, subieron trotando, pisando las
hojas secas que dejan el cambio de estación. Para él, era como una sinfonía
musical, el crujir de las hojas secas, con la letanía rítmica de los pasos, y
la respiración, acompasado del ritmo menor del trotar de su perro. Era un día
asoleado, por lo cual, llegó además, de un elegante bronceado.
Los dos jóvenes, iban
apurados ese día. Ella trabaja de secretaria en una oficina del Estado. Efectivamente,
Esperanza y Natan, se cruzaron golpeándose suavemente en los hombros. Hubiera
sido más romántico a no ser por el desastre de las hojas de papel que ella
abrazaba, volando por los aires. Ella solía llevarse trabajo a su casa para
poder salir temprano, pero era más que
poco probable que pudiesen rescatar las hojas. En las ciudades, a veces y con poca frecuencia, se forman
remolinos de aire, mezclados con polvo del Sahara (acá en el Caribe llegan esos
polvos). Era un espectáculo la danza de las hojas circulando y alejándose de
ella, como un embudo giratorio. Tuvo que cerrar los ojos para evitar la
irritación. Natan decidió seguir caminando por aquello del tiempo. Al pasar
todo, ya no estaban ninguno de los dos.
Casualmente Natan y
Esperanza cumplen años el mismo día. Natan tiene la esperanza inmensa de
conocer a alguien especial, alguien que tenga que ver con su nombre “regalo de
Dios”. Son pocos en la familia, por lo que tiene amigos especiales que se han
convertido en hermanos de la vida. Esperanza por su lado no conocía la paz; su
casa era ruidosa, con mucha gente, siempre en fiestas. Vivian en una casa
humilde pero como las de antes, con patio interno y grandes ventanales que dan
a la calle, aquellos donde se sentaba a esparcir suspiros. Es la menor, por lo
que tiene un ejército de hermanos varones que la cuidan. Es la única hembra.
Con 12 hermanos, cualquiera pudiera darle una sorpresa.
Natan y Esperanza fueron a
la misma hora a la pastelería de la esquina. Trabajan muy cerca pero no lo
saben. Natan vio llegar a Esperanza y la reconoció. Igual, pasó con ella. -“Vidas
cruzadas”, llegaron a pensar los dos. En la nevera de exhibición, ambos vieron
una torta de chocolate, redonda, cremosa, bien decorada, adornada, perfecta. “-¿Cómo
se llama esa torta?”, preguntaron ambos en coro. -Se llama “13 chocolates”,
dijo la dependiente. -Las hizo el chef solo para hoy, y deben ser vendidas a
una pareja, aclaró. Ambos seres se
miraron y sonrieron. En la sonrisa cómplice, se agarraron de las manos y
dijeron: -“Nos las llevamos”, como para indicar que son pareja y feliz.
El chef era un hombre mayor,
ya con pelo blanco, y con tanta experiencia de vida, que era capaz de tejer
vidas. De hecho, era tejedor. Asomado entre las rejas, se sonrió. (Se dice que
era el hermano mayor de Esperanza).Ella era la decimo tercera hija luego de 12
hermanos varones. Sus padres la llamaron Esperanza porque pensaban que era la
última de la prole. Su color es de chocolate. Natan por su parte, es el hijo de
Sonia, que luego de 12 intentos, logró tener a su primer y único hijo, su razón
de ser. 13 veces en los dos, pero una sola historia.
-¿Qué cómo es la receta de
13 chocolates?, preguntó alguien, -pues
esa es otra historia…respondió el viento del centro, en su giro.
Desnudos, Esperanza y Natan, yacen en la cama, y con gracia, se cuentan los “chocolaticos” del abdomen; seis en cada uno: doce, y el que viene en camino va a ser el decimo tercero.
Alberto Lindner
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