La navidad es sin duda un período del año con muchísimas aristas. Con muchas formas de verla, de abordarla, de quererla o detestarla. Creo que no admite puntos grises.
Sin
embargo, es un atrevimiento tener una posición diferente al colectivo. Nuestra
cultura permite poco el disenso.
Al
que tiene un punto de discordia es etiquetado como “Grinch” personaje
que acumula en secreto muchos adeptos. Muchos de ellos los verá usted agitando
las palmas ante cualquier aguinaldo con rostros de… ¿Qué hago yo aquí?
En
su defensa, debo clarificar que el grinch no odiaba la navidad. No le
gustaban ciertos comportamientos de su pueblo en navidad.
En
esta línea de pensamiento, escucho una serie de canciones “navideñas” que
me confunden.
Antes
de arrancar les comento que en la costa colombiana la música navideña es pm hasta las 11:59 pm. A las 12:01 am empieza
la champeta y el carnaval.
Empecemos.
De los aguinaldos nunca he podido entender que hace un burro sabanero camino de
Belén. Allá hay jumentos, pero no son
sabaneros. O sea, para que irse a Belén montado en un pobre asnito cuando esa
vaina queda burda de lejos.
Los
animales nunca han salido bien parados. Hay una pobre cabra discapacitada a
quien la maltratan los chicos y no podía defenderse. Pero ahí bailamos el
pasito tun tun: dos a un lado y dos al otro sin pensar en el pobre animalito.
Peticiones desconsideradas como solicitarle a un colibrí que me lleve a cortar
las flores. ¿Alguno ha visto el tamaño de un colibrí?
La
campanita del “Din, Din, Din” tampoco me ha hecho sentido. Si yo estuviera
camino al lugar de nacimiento del redentor, no estuviera pendiente de una
campanita, pero sí de pasajes,
pasaportes, vacunas, chaquetas, maletas y váuchers de hotel. Este último de
suma importancia ya que si a los padres de Jesús los mandaron a un potrero, que
quedará para cualquier hijo de vecino.
La
cosa se pone agresiva cuando unos niños con voz cálida me obligan a respetarles
su fiesta tras la amenaza del uso de la fuerza con un cañón. Me suena a las
fiestas de barrio en cualquier época del año.
Si
paso a las gaitas, la confusión es aún mayor. No entiendo porque debo festejar
en navidad el hecho que alguien haya ido a Barranquilla y se haya enamorado de
una lugareña. O la alusión claramente sexual de María la Bollera. Algo
así como la liberación de mis restricciones intimas para gritar a todo
gañote un grito a lo prohibido.
Entiendo
aún menos los inductores de depresión o la invitación a la victimización. Mas
de uno lo mandaron a la porra con “Sin Rencor”, cosa que no se habían
dado cuenta y solo después de muchas entonaciones, entendieron que se habían
quedado sin pareja.
Otra
tétrica es aquella que se pregunta quien se ira a poner sus 9 pantalones en
lugar de comprar más prendas de vestir o irse a la vida eterna sin reparar en
pendejadas terrenales.
Están
los inductores del sueño. Niño Lindo no me dejaba pasar de “ante ti me rindo”
sin espetar un ronquido. O “Noche de Paz” cuya versión propia en un organito eléctrico,
duraba como 10 minutos por mi inexperiencia.
Capítulo
aparte están otras piezas como “5 pá las 12” , “Yo no olvido al año
viejo” y la oda a Marcos Pérez Jiménez, pieza que me explica el inconsciente
colectivo que nos trajo a esta situación.
Mi
soundtrack navideño son todas las canciones de todas las épocas.
Disfruto tanto las canciones navideñas (locales y foráneas) , bailables,
baladas, rock hasta los terrícolas.
La
navidad me suena a Monopolio hasta las 6 am, o series adictivas en Netflix. Me
suena a vernos, tocarnos, actualizarnos los cuentos y repetir los de siempre.
Me suena a comer en la mañanita del 25 de diciembre o del primero de enero, las
sobras de la cena anterior.
Me
suena a hallacas y bollitos hasta febrero. A finales e inicios. A muerte y vida
Ponga
usted la pieza musical que desee, la vamos a disfrutar de seguro.
Cesar
Yacsirk
Club
de Escribidores de Caracas.
Diciembre
2022
Tema:
La historia de mi aguinaldo o gaita preferida
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