Un día extraordinario.
Omar
Barrios Castiblanco
Una
luciérnaga se detuvo incandescente al otro lado de la ventana de la cocina, del
minimalista departamento en el cual resido. Preparaba la masa para las arepas y
me preguntaba: que será lo que hace a un día extraordinario. Esta mañana me
desperté muy temprano, demasiada madrugada para ser invierno y también pensaba
en el asunto.
Podría
ser un reencuentro con una persona significativa, sea familiar o una amistad
verdadera; podría ser la trompeta del juicio final o un film, lectura u obra de
teatro que nos dejó literalmente boca abierta; o quizás el logro de un texto
que delata los rincones del alma y que se pudo desgranar sobre la página en
blanco; o una comida, que alborotó el sibarita que necesita sus días de
libertad?
O
acaso lo extraordinario puede ser apenas como un relámpago, en las larguísimas
veinticuatro horas de un día, tal y como me ocurrió recientemente con la franca
sonrisa de un niño desconocido, a quien sorprendí en el subte haciendo una
mueca o tic con su naricita, y al verse observado por mi, sonrió espontaneo y
con total complicidad. Supongo que fue la madre quien volteo, para ver con
quien sonreía su pequeño de unos ocho años quizás, ella también sonrió.
En
los días ordinarios, esos que consumen la inevitable rutina y los automatismos,
puede haber espacio a lo que ilumina la jornada, a lo que da cuenta de mi
capacidad de asombro, así sea como dice la canción de Joan Manuel por “aquellas
pequeñas cosas” que nos dejó un tiempo de rosas…en un rincón, en un papel o en
un cajón.
Lo
ordinario y lo extraordinario no son acaso materiales de la vida humana? Y cabe
diferenciar lo ordinario de la
ordinariez. Venezuela ha tenido presidentes ordinarios y otros caracterizados
por su ordinariez. Lusinchi fue ordinario, ya ustedes saben de los otros. La
ordinariez puede ser todo aquello que le elimina belleza a lo vivo, a lo
esencial, a lo genuino, a lo natural. Una traición es una gran ordinariez,
quizás algunos sepan a cual me refiero en lo laboral; y si no lo saben no
importa, ya yace en una fosa común.
Recuerdo
“ordinary people”, una gran película, cuyo título entendí, que aludía a un
drama que podía ocurrir en cualquier familia, de allí lo de “ordinary”, mas no
era un drama ordinario, sino uno con hondas e históricas raíces, las cuales
demandaban la extraordinaria capacidad humana para crecer, aun en la peor
desgracia. Difícil, muchas veces muy difícil, mas no imposible. Lo
extraordinario no excluye lo doloroso, lo que te puede desguazar hasta el sentido
de vivir. El film apunta hacia lo esencial, la familia, los seres mas queridos,
los sueños de tu proyecto de vida, como componentes indispensables de una
saludable arquitectura para el alma.
El
tema me lleva a compartir con ustedes colegas escribidores, que en mi presente,
lo más extraordinario es la sonrisa de mi nieta Helena Victoria, su mirada
atenta cuando le señalo el gato sobre el tejado vecino, la inclusión en su precoz vocabulario de la palabra “ato”,
y el estiramiento de sus brazos para que la cargue hacia la ventana, desde
donde podemos observar al hermoso gato negro. Todo ello me ilumina como el
relámpago en el subte de Buenos Aires, con la ventaja, que es tan frecuente,
que vivo enceguecido y mi espíritu extasiado del torrente de dopamina de éste
amor sin condiciones.
A
veces me provoca salir por las calles y gritar: Viva el amor extraordinario.
Viva lo genuino, vivan las almas que por siempre llevan las verdaderas luces
“infantiles” y hacen del planeta un lugar extraordinario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario