domingo, 28 de abril de 2024

Mi Gnomo y yo

 

El gnomo y yo

Eran como las tres de la mañana y todavía estaba sentado en la mesa de dibujo, tratando de delinear lo que sería la entrega de un trabajo de diseño en la escuela de arquitectura. Eran 72 horas sin dormir, por lo que cualquier cosa nos puede pasar. Estaba mi mesa de dibujo, inmóvil, que cargaba el peso de la liviana hoja de papel, que recibía tinta china, y  a la que se le sumaba el peso de mis codos sobre ella, en el pensamiento de lo que venía.

Al lado de la mesa, estaba un cenicero donde dormía un cigarrillo exhausto y medio olvidado. Todas las luces apagadas a excepción de la lámpara del trabajo, que se unía a la tabla con un tronillo que solemos llamar “Mariposa” . A lo lejos, (como a medio metro), un radio encendido donde el locutor hablaba de cosas que no recuerdo, pero que colocaba música.

No había internet, ni teléfonos inteligentes; eran los años de 1980 y en ese entonces comprendía, menos mal,  la diferencia entre soledad y solitud, que es como mas voluntaria. El trabajo de estudiantes de arquitectura se hace con nuestra propia compañía.  Uno debe llegar a edades mayores con ideas más definidas del camino andado, pero estos trasnochos mensuales, no son de los más profundos y espirituales que posea. Pero había algo más grande que yo en esa edad, que me movía a seguir. Quizá haya sido entre tatas cosas, que en esa solitud, yo sabía que todos, yo y mis compañeros de clase,  estábamos con los codos en la mesa, medio fumando y medio tomando café, para no dormir. Eran 72 horas sin dormir, una vez cada mes. Era como un récipe.

Siempre, como a la hora mencionada, mi padre se levantaba a ir al baño y veía la luz encendida y se asomaba en mi puerta, me saludaba, y decía ,-“pobre…”

Si hubiera sido yo de hoy, allá, hubiera aprovechado las horas de insomnio para preguntarme la diferencia entre espiritualidad, espirituoso y espiritista; todas, con la misma raíz pero con distintos frutos. Creo que lo espiritual no estaba presente, pero hoy pienso que en esos estados de entrega, perseverancia y compromiso, se forjó algo como lo que podemos llamar, el “carácter espiritual”

La cama estaba justo al lado de la mesa de dibujo, lo que hubiera permitido algún desliz, pero el café y el cigarro me mantenían en pié. Del otro lado del cuarto, tenía no sé para qué, otra cama individual, y para cerrar el ciclo de objetos, al final y en frente de la mesa, estaba un antiguo closet de madera, medio desarmado, donde guardaba mi ropa. De más joven, lo usaba también, para jugar, como una ventana del tiempo. En el centro de ese recorrido había un espacio vacío que servía para mover mi silla redonda, acolchada y con rueditas. (Cuando estaba cansado, solía dar impulso a la silla, levantar los pies y gritar, ¡weeee.!)

En algún momento, luego de las tres de la madrugada, con más de 10 cigarros dormidos y mis codos entumecidos, deje deslizar la plumilla de tinta china con la que se dibujaba en esa época y cuya técnica de destapado o más bien, de “licuar la tinta endurecida” era chupar la punta, o, aplicar ligeros y sucesivos golpes internos, como para que el fluido se activara (o también, ambos) En una de esas, la tinta salió. No tanta, pero hubo que esperar a que se secara, para borrar.

Tenía dos formas de borrar, así como hacemos con la mente, para aliviarnos; uno eléctrico y uno bio- mecánico. Decidí usar la goma de borrar.

Comencé a borrar y en algún momento, la goma rebotó sobre sí misma y decidió caerse. Me bajo entonces,  del banquito y no la veo. Busco por el suelo y no está. En mi segunda etapa, muevo las cosas e imagino la ruta que de algo que rebota, pudiera haber tenido. Y nada. Tras una hora buscando la goma, me imaginé cualquier cosa hasta aquellas que se aproximan a los que los especialistas llamaran imaginarios de infancia (como el amigo invisible). ¿Cómo es posible que algo tangible desaparezca? “Es cosa de magia de seguro”-pensé-

Ya con rabia, decidí sacar todo diciendo, - “no me vas a ganar”-, y en ese estado me imaginaba a un pequeño gnomo de sombrero negro y barba roja, fumando pipa, riéndose de mí. Hasta le puse nombre al duende: “Arquitek-tix”. Una vez movido todo afuera del cuarto, hube de confirmar su existencia, por lo que pasé a pedir que por favor, me devolviera la goma. Entristecido y preocupado, volví a meter todo en el cuarto en sus posiciones originales. Estaba descalzo, y con tanto tiempo perdido, sudado y cansado, decidí bajar (casa de dos plantas),  a tomar agua, en vez de café.

Calcé un zapato y calzando el otro, sentí una cosa. Metí la mano y ahí estaba la goma, oculta, dormida, tranquila como feliz de su travesura. A veces recuerdo el hecho.

 Ayer, ya con mis tantos años encima, decidí dibujar con los niños y el dibujo llevaba rosado. No está, no está en el suelo, ni en mi zapato. Me acorde irremediablemente de mi Gnomo particular, que ahora gusta de esconder crayolas de  colores.

 

Alberto

 

 

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