El gnomo y yo
Eran como las
tres de la mañana y todavía estaba sentado en la mesa de dibujo, tratando de
delinear lo que sería la entrega de un trabajo de diseño en la escuela de
arquitectura. Eran 72 horas sin dormir, por lo que cualquier cosa nos puede pasar.
Estaba mi mesa de dibujo, inmóvil, que cargaba el peso de la liviana hoja de
papel, que recibía tinta china, y a la
que se le sumaba el peso de mis codos sobre ella, en el pensamiento de lo que
venía.
Al lado de la
mesa, estaba un cenicero donde dormía un cigarrillo exhausto y medio olvidado.
Todas las luces apagadas a excepción de la lámpara del trabajo, que se unía a
la tabla con un tronillo que solemos llamar “Mariposa” . A lo lejos, (como a
medio metro), un radio encendido donde el locutor hablaba de cosas que no
recuerdo, pero que colocaba música.
No había
internet, ni teléfonos inteligentes; eran los años de 1980 y en ese entonces
comprendía, menos mal, la diferencia
entre soledad y solitud, que es como mas voluntaria. El trabajo de estudiantes
de arquitectura se hace con nuestra propia compañía. Uno debe llegar a edades mayores con ideas más
definidas del camino andado, pero estos trasnochos mensuales, no son de los más
profundos y espirituales que posea. Pero había algo más grande que yo en esa
edad, que me movía a seguir. Quizá haya sido entre tatas cosas, que en esa
solitud, yo sabía que todos, yo y mis compañeros de clase, estábamos con los codos en la mesa, medio
fumando y medio tomando café, para no dormir. Eran 72 horas sin dormir, una vez
cada mes. Era como un récipe.
Siempre, como
a la hora mencionada, mi padre se levantaba a ir al baño y veía la luz
encendida y se asomaba en mi puerta, me saludaba, y decía ,-“pobre…”
Si hubiera
sido yo de hoy, allá, hubiera aprovechado las horas de insomnio para
preguntarme la diferencia entre espiritualidad, espirituoso y espiritista;
todas, con la misma raíz pero con distintos frutos. Creo que lo espiritual no
estaba presente, pero hoy pienso que en esos estados de entrega, perseverancia
y compromiso, se forjó algo como lo que podemos llamar, el “carácter espiritual”
La cama
estaba justo al lado de la mesa de dibujo, lo que hubiera permitido algún
desliz, pero el café y el cigarro me mantenían en pié. Del otro lado del cuarto,
tenía no sé para qué, otra cama individual, y para cerrar el ciclo de objetos,
al final y en frente de la mesa, estaba un antiguo closet de madera, medio
desarmado, donde guardaba mi ropa. De más joven, lo usaba también, para jugar,
como una ventana del tiempo. En el centro de ese recorrido había un espacio
vacío que servía para mover mi silla redonda, acolchada y con rueditas. (Cuando
estaba cansado, solía dar impulso a la silla, levantar los pies y gritar, ¡weeee.!)
En algún
momento, luego de las tres de la madrugada, con más de 10 cigarros dormidos y mis
codos entumecidos, deje deslizar la plumilla de tinta china con la que se
dibujaba en esa época y cuya técnica de destapado o más bien, de “licuar la
tinta endurecida” era chupar la punta, o, aplicar ligeros y sucesivos golpes
internos, como para que el fluido se activara (o también, ambos) En una de
esas, la tinta salió. No tanta, pero hubo que esperar a que se secara, para
borrar.
Tenía dos
formas de borrar, así como hacemos con la mente, para aliviarnos; uno eléctrico
y uno bio- mecánico. Decidí usar la goma de borrar.
Comencé a
borrar y en algún momento, la goma rebotó sobre sí misma y decidió caerse. Me
bajo entonces, del banquito y no la veo.
Busco por el suelo y no está. En mi segunda etapa, muevo las cosas e imagino la
ruta que de algo que rebota, pudiera haber tenido. Y nada. Tras una hora
buscando la goma, me imaginé cualquier cosa hasta aquellas que se aproximan a
los que los especialistas llamaran imaginarios de infancia (como el amigo
invisible). ¿Cómo es posible que algo tangible desaparezca? “Es cosa de magia
de seguro”-pensé-
Ya con rabia,
decidí sacar todo diciendo, - “no me vas a ganar”-, y en ese estado me
imaginaba a un pequeño gnomo de sombrero negro y barba roja, fumando pipa,
riéndose de mí. Hasta le puse nombre al duende: “Arquitek-tix”. Una vez movido
todo afuera del cuarto, hube de confirmar su existencia, por lo que pasé a
pedir que por favor, me devolviera la goma. Entristecido y preocupado, volví a
meter todo en el cuarto en sus posiciones originales. Estaba descalzo, y con
tanto tiempo perdido, sudado y cansado, decidí bajar (casa de dos plantas), a tomar agua, en vez de café.
Calcé un zapato
y calzando el otro, sentí una cosa. Metí la mano y ahí estaba la goma, oculta,
dormida, tranquila como feliz de su travesura. A veces recuerdo el hecho.
Ayer, ya con mis tantos años encima, decidí
dibujar con los niños y el dibujo llevaba rosado. No está, no está en el suelo,
ni en mi zapato. Me acorde irremediablemente de mi Gnomo particular, que ahora
gusta de esconder crayolas de colores.
Alberto
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