El don del silencio
Los baby boomers, los nacidos en la
postguerra, nos toco guardar silencio. De hecho, a nuestros padres se les llamó
la generación silenciosa, que crecieron en contextos de la gran depresión, y la
segunda guerra mundial. Era considerado prudente, guardar silencio.
Los baby boomers nacidos en paz, seguimos a
una época de silencio y de sequía natal; eran pocos los niños que nacieron. En
cambio, en nuestra generación, fue usual que tuviéramos muchos hermanos y
familia. El silencio de nuestros padres había culminado, pero sin embargo, nos
lo traspasaron.
-Los niños no hablan cuando los
adultos conversan, no interrumpen-
-Los niños no opinan, ni juzgan a
sus padres-
Los colegios de
religiosos, solían ser una continuación de lo mismo. España, además venía de su
guerra civil. El silencio se educaba, no solo con la palabra, sino con castigos
físicos. La generación del silencio, de repente, estaba siendo obligada a
aprender algo que nos era impropio. Pero así nos educaron, al menos a los de
occidente, lo cual pienso, generó rebeldía en una generación que no creía en el
pasado. Ocurrió el movimiento Hippie, el mayo francés, la transformación de la
educación, en consecuencia y el movimiento de liberación sexual. Todo lo opuesto
a lo que pretendieron imponer.
A los que
inicialmente nos reconocimos como introvertidos, nos hizo daño. Preferíamos
escuchar a dar una opinión. Asentir, en vez de rebelarnos contra alguna
injusticia. Hoy, nuestra generación gobierna, ya en sus últimos pasos, pero el
mundo sigue siendo básicamente, el mismo. Ya en vez de silencio, se alaba y propicia
al ruido. Estamos hiper conectados e hiper “textuados”, donde no cabe el
silencio. Pero entonces, reconocemos al silencio, como algo importante. No
aquel, marcado a golpes en el colegio o en la casa, no aquel obligado por las circunstancia,
no aquel, de donde es mejor no hablar. Se trata del silencio, de ese espacio
efímero entre lo que nos pasa y la acción, se trata de la escucha empática y compasiva, se trata de escucharnos primero,
antes de hablar. Hablo de esa escucha en silencio que nos hace mejores
personas, que nos calma y nos hace crecer.
El silencio
ahora, este silencio íntimo y propio, que se diferencia del silencio de afuera,
es sin duda, un don. El don del silencio. El necesario para estar conmigo mismo,
el necesario para acompañar a otros en algún trance y hacer servicio. Es aquel
silencio vacío, que reconocemos en meditación profunda, pero que nos explica la
noción del ser, eso, que además, no se puede explicar con palabras, ni
pensamientos. Es el silencio del creador.
Alberto
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