sábado, 25 de enero de 2025

Amor en Blanco y negro/Alberto Lindner

Amor en blanco y negro

Ernesto estaba enamorado de Amelia. Era un amor puro y desinteresado. El la había descubierto un día, montado en el techo de una casa vecina. La miró de reojo,  ella se dio cuenta y salió desplumada y se refugió en su casa. La casa de Amelia era de tamaño regular y la verdad es que vivían puras hembras. Tenía una puerta grande que cerraban de noche y cada una de las chicas tenía su propia cama, eran como diez.

En la mañana muy temprano se despertaba con hambre y sed y salía apuradita hasta el bebedero. Pero ahí está él con su mirada de reojo. Esta vez no se asustó tanto, y se quedó, chequeando cada cierto tiempo que seguía en el techo, no se le ocurriera bajar.

-Me mira mucho, ¿será que ya le intereso?, se preguntó el

Y en ese juego de miradas se quedaron toda la mañana y a Ernesto se le olvidó que había que comer. Y así pasó por varios días, entre la noche y el amanecer. Se miraban de reojo; uno porque pensaba que lo quería y ella por temor. Esta relación imaginaria tenía solo un problema; que Amelia era una gallina y Ernesto, un zamuro.

Amelia era una gallina blanca, grande, robusta, como de 4 kilos, con un plumaje perfecto, limpio y ordenado. Nunca había conocido el amor pues el gallo del gallinero se desapareció un día, al atardecer. Entre las gallinas se rumoraba que lo había cogido un ave negra y fea. (Pero la verdad es que fue un gavilán). Ernesto por su parte, era largo y delgado, todo negro como la noche sin luna (diría un poeta). Además, tenía una cosa babosa en la cara que le colgaba y, hacía un ruido muy extraño.

Cuando las gallinas entraban en su casa al atardecer, Ernesto salía a dar una ronda por lo cercano; a veces comía y a veces no. Se puso más delgado y un poco desplumado. Cuando llovía, se mojaba y al dejar de llover, extendían las alas para secarse al sol. Comentaban de lo guapo que se había vuelto el pájaro negro, y de tanto estar, se sentían seguras de algunas alimañas,  de las ratas y rabopelados.

De tan flacucho, Ernesto se quedó dormido y cayó del techo directo a un cuñete de pintura blanca. Estaban pintando la fachada de la casa en cuyo techo, dormía.  Ernesto estaba todo pintado y como pudo subió volando al techo y extendió sus alas. El tema es que las pinturas de aceite se secan al sol. Al tiempo, en que Ernesto se trataba se secar, la pintura se volvía de piedra. Visto desde el gallinero, el zamuro blanco con las alas extendidas, parecía de magia, un ave especial, protectora. Imaginen la escena del techo con tal escultura viéndolas. Ernesto, la verdad, no pudo moverse tras secarse la pintura. Amelia por primera vez, sintió un amor profundo

¿Y cómo termino este cuento?, le pregunté a mi sobrino, que es un sabio y él me dijo,

-Di que Ronaldo regresa al Real Madrid y Messi al Barca.  Todo vuelve al origen-

 

PD: Interpreto de este final, que no es posible un amor entre una gallina y un zamuro. Punto. Y aunque se pinte de blanco, aunque algunos dicen que vivieron felices y comieron perdices (En Venezuela, no hay)

Alberto

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