Estimo que los regalos en la adultez revisten una
complejidad diferente a los regalos de la infancia.
Recuerdo de niño a mi Papá planificando los regalos para
darme, armando previamente lo que había que armar e influyendo en mis
aspiraciones, de tal manera que no se me ocurriera pedirle a Santa algún presente
que no estuviera a su alcance.
Al final, más que los regalos en sí, era el misterio de
saber que una entidad omnipresente (específicamente en navidad) se encargaba de
mi felicidad. Era el recibir sin plantearme el merecimiento. Ya al abrir los
regalos y no encontrar carbón, era el reconocimiento tácito a mi buen
comportamiento.
Ya con los años, borrado todos los mitos acerca del ratón
Miguelito para compensar la pérdida de un diente, el niño Jesús (que siempre me
pareció inadecuado que con horas de nacido estuviera recibiendo sereno por todos
los confines del mundo), los reyes magos y el conejo de Pascua, son otros los
elementos que entran en juego. Otros y nuevos elementos que desdibujan lo
maravilloso que es dar y recibir.
Para ambas situaciones (dar y recibir) precisa retomar los
sentimientos de la infancia. El adulto cuando da, se confronta con una serie de
ideas que se alejan del sublime hecho de dar. ¿Le quedará bien? ¿Qué pensará si
le regalo esto o aquello? ¿Será poquito? ¿Será lo adecuado?
En estos momentos me pregunto si un niño pequeño se plantea
lo mismo al darte mitad de su ensalivada torta o cuando te entrega un dibujo
que escasamente es posible distinguir que es lo que quiso decir al pintarte de
esa manera. Al recibir un regalo, el adulto probablemente se plantee similares interrogantes lejanas del hecho
mismo de regalar.
Una tonalidad más intensa se apodera del dar y recibir, cuando hablamos de regalos dados
por la vida, Dios, el Universo o las circunstancias. ¿Es el momento adecuado?
¿Estaré preparado para lo recibir lo que solo en mis mas íntimos deseos alguna
vez pedí?
Esa eterna confrontación entre lo que la vida me entrega y
el tiempo o espacio en el cual se plantea su aparición. Son regalos que no
admiten disertación ni confrontación. Son regalos para los cuales solo la
aceptación y el agradecimiento tienen cabida.
Y como todo sentimiento de gratitud va ligada con la
reciprocidad, entender que todo regalo conlleva una responsabilidad.
Así como recibimos una planta, así tenemos la
responsabilidad por regarla. Así como llegan y agradezco las cosas bellas que
llegan a mi vida, así tengo el deber de hacerlas florecer y devolver sus frutos
a mi entorno.
Cesar
Yacsirk
Dic. 15,
2015
Gracias César por expresar tan claramente algo que comparto: todo regalo conlleva una responsabilidad. Un maravilloso compromiso. Como siempre, un placer leerte.
ResponderEliminarCésar hemos recibido muchos regalos de la vida... nos toca ahora devolver y agradecer. !Que bueno que pertenecemos a varios grupos comunes y podemos, planifica, sonar y devolver como parte de un equipo!
ResponderEliminarRetomo las palabras de Angela, un placer leerte.
César hemos recibido muchos regalos de la vida... nos toca ahora devolver y agradecer. !Que bueno que pertenecemos a varios grupos comunes y podemos, planifica, sonar y devolver como parte de un equipo!
ResponderEliminarRetomo las palabras de Angela, un placer leerte.
César, que apropiado tu escrito, sobretodo en esta época del año, es una excelente oportunidad para ver hacia adentro y buscar en el fondo ese niño que hay en cada uno de nosotros pero que los años va sepultando. Debemos Re-aprender a dar y recibir regalos exactamente como tú lo dices, en un espacio donde "solo la aceptación y el agradecimiento tienen cabida". Excelente, Un abrazo
ResponderEliminarQue verdad amigo Cesar, qué agradable sería dar y recibir manteniendo los sentimientos infantiles que hemos ido perdiendo. Cosí e la vita!
ResponderEliminarQuerido César, en la ecuación del dar y el recibir, está la responsabilidad de la gratitud y el reconocimiento.Excelente tu reflexión...
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