Por Martín A. Fernández Ch.
16/02/2025
El mar estaba apacible. El peñero casi no se movía. Martín Pelícano estaba posado sobre la punta de su proa, observando desde allí a sus jóvenes amigos Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo, quienes estaban jugando. Ella, hacía piruetas en el aire tratando de saltar cada vez más alto. Él la observaba y le decía lo bien que lo hacía, pero también cómo tenía que hacer para mejorar.- ¡Tienes que impulsarte más fuerte y déjate deslizar con el impulso! - dijo Mantarra
- ¿Cómo hago eso? – dijo Delfina
- Baja lo más profundo que puedas, luego nada fuerte hacia la superficie usando tus aletas traseras. Cuando salgas al aire, deja que el impulso te lleve hasta lo más alto y entonces has tu pirueta – dijo Mantarraya.
Delfina Guacamaya siguió intentándolo y cada vez lo hacía mucho mejor. Y Mantarraya, con paciencia, seguía ayudándola, hasta intentó volar para demostrarle lo que quería decirle.- ¡Así lo haré! Voy a intentarlo de nuevo. ¡Gracias gran amigo! – dijo Delfina.
Ella, toleraba las observaciones de su amigo, aunque ya estaba cansada, entendía que buscaba su mejoría, por eso insistía en dar su mejor espectáculo.
Martín Pelícano los observaba,
pensando en que solo los amigos verdaderos son aquellos que se respetan y que
siente empatía y entusiasmo por el otro, alegrándose por el logro que obtiene.
La amistad entre los dos hacía rememorar a Martín Pelícano sobre su niñez, cuando jugaba con cangrejo y calamar, quienes hacían las veces de instructores en su vuelo y casería, llegando a convertirse en el mejor de su tribu.
FIN
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