domingo, 30 de marzo de 2025

El experimento/ Lila Vega

 El experimento


Se levantó acatarrada.  No se sentía mal pero estaba cansada de respirar por la boca y de estornudar constantemente.  
Tenía pendiente un escrito. Los del club incursionaban en la filosofía y querían explorar el estoicismo.
Que si uno es estoico, vaya pregunta. 
Se puso a darle vueltas al asunto. Una consulta rápida en Google ratificó lo que recordaba del tema.  Los estoicos le daban un lugar preponderante a la razón sobre las emociones y vivían cultivando cuatro virtudes: la justicia, la prudencia, la templanza y la fortaleza. 
Esas virtudes no le eran ajenas. Pero, ¿se consideraba estoica? 

Apuró su taza de café y buscó a su nieta para llevarla al colegio.  Era el mejor momento de su día.  Se maravillaba con cada nueva palabra que identificaba en ella, con su alegría y con lo que ella llamaba sus tristezas, que usualmente eran, más bien, frustraciones.  Isabella respondía a la entonación de su voz y ella a la de la pequeña.  Cuando iban en el carro no se podían ver a la cara pero se entendían.  Amaba locamente a esa pequeña.
Recordó un experimento famoso en psicología, la cara inexpresiva. 
Un bebé es puesto frente a su madre.  Durante unos minutos ambos se comunican a través de lo que sus caras expresan.  Luego, la madre se torna inexpresiva. No responde a las interacciones del bebé.  Éste se molesta, protesta y llora y finalmente pierde la esperanza. Está devastado.  La madre vuelve a su expresividad usual y, aunque puede tomar unos minutos, la alegría regresa a la cara del niño. 

No, que va, ella no era estoica. Era racional, fuerte, casi siempre prudente, le costaba la templanza pero la trabajaba y siempre intentaba ser justa.  Pero no era estoica. 
La buena vida a la que apuntaba el estoicismo tenía una sola cara, la de las razones.  
Pero para ella, había otra cara. La buena vida era la belleza que se aprendía a ver y a construir. La buena vida eran esos amores que la hacían plena. Eran todas las personas que le recordaban su propia humanidad. La buena vida era la conexión con su nieta pero también lo que sentía el ver a otros niños crecer y sentirlos como propios porque se veía en ellos.  
La buena vida era la que le ayudaba a aceptar la adversidad pero acusando recibo del dolor que la acompaña. La que hacía honor a  lo perdido pero también a la vida que seguía. 

Eran esas emociones las que siempre la habían movido a la acción.  Era muy buena en ciencias, lógica y matemática pero era su amor por el conocimiento lo que la hacía ser racional.  Eran las emociones y no la razón lo que la inspiraban, lo que la movía. 

Le dió las gracias a los estoicos.  En un mundo de oráculos y superstición, de dramas emocionales como el de Edipo y Electra o de aventuras como la de Odiseo, bien había valido la pena explorar el mundo de la razón. 
También agradeció a los cristianos por proponer tres virtudes cercanas a la emoción: la fé, la esperanza y la caridad. 

Recordó a Víctor Frankl. En su situación, rodeado de lo que Hanna Arendt llamó la banalidad del mal, la maldad hecha razones y eficiencia, lo estoico habría sido aceptar la existencia de esa maldad y la inevitabilidad de su muerte. Pero para  Frankl, esa aceptación lo llevó a buscar el significado de su vida, su propósito. 

Gracias, estoicos, pero no, gracias.

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