Mamá,
extraño nuestra intimidad
Éramos nosotros seis. Mi
papá, mi mamá, mis tres hermanos y yo. En la casa, o fuera de ella. Cuando
íbamos los domingos a almorzar en un restaurant. En Navidad, en Año Nuevo, o el
Día de la Madre. Todos los días a la hora de la comida. Más en el almuerzo o en
la cena. En el carro, cuando nos llevaban al colegio. El aire olía a intimidad.
Y era sabroso. Nos sentíamos cómodos riéndonos de lo que sabíamos del otro sin
mediar tantas palabras. Había un lenguaje que nosotros en la intimidad
entendíamos. No era preciso traducir. Mi papá y mi mamá nos recreaban con
historias donde nosotros éramos los protagonistas. La historia sobre Luis, cuando
estudiando Kinder se desnudó y se escondió en el closet para no ir al colegio.
Cuando yo siguiendo el ejemplo de mi hermano en su negativa de ir a estudiar,
trataba de convencer a mis padres diciéndoles que me asustaban esas señoras con
vestidos negros y feos que les llegaban hasta aquí, tocándome más abajo de las
rodillas. La historia de Manuel cuando se estrenó su caña de pescar, pescando
interiores y medias de las gavetas, hasta que terminó por pescarse un dedo de
su mano. O de cuando se hizo la herida en la frente, y lo suturaron en la
clínica, y al llegar a la casa se quitó la sutura de un tirón. Las historias de
Manuel eran las más escuchadas, variopintas y jocosas. Es que era ocurrente mi
hermano. Bueno,…todos lo éramos. Las historias de Tita, cuando la sacábamos a
pasear en su coche, mientras llovía, o de cuando la íbamos a enterrar en la
caja de la muñeca Belinda. O la historia de mi papá,…o de mi mamá.
Disfrutábamos de la intimidad. De ese espacio donde nos conocíamos, nos
encontrábamos, nos reconocíamos, nos cuidábamos, y en el que sin abrir los ojos
sabíamos quiénes éramos.
Los años han pasado. Y
mientras a la culebra con quien vivo le han salido más cabezas (ahora tiene
seis), me fui en Navidad buscando esos vientos de intimidad. A la misma casa
donde hace diez, veinte, treinta y cinco, y hasta cuarenta y tres años, siempre
los encontraba. Ya no están. Está mi mamá, con un gentío. Sí, son familia
también. Tíos, primos. Y lo paso bien con ellos, y los quiero. Pero han ocupado
espacios que nos pertenecían. Y hablan, dicen y desdicen. Y entran y salen. Y
se han apropiado de aquello bien sabroso que yo siempre encontraba. Que era
exclusivo de nosotros seis. Ya no hay la casa grandota, porque tanta presencia
la hace chiquita. La cocina ya no es el espacio privilegiado de mi mamá, porque
es de todos. Ahora encuentro en ella diversos sabores, los que me gustan y me
son conocidos, y los que no. El respeto y la aceptación se me hacen diluídos,
como extraños. Esta se me parece más bien a la casa de la abuela. La casa de
todos, no la casa de nosotros seis.-
Tibaire García Pérez
Tibi querida, me recordaste mis ricitas cómplices de niña...sin decir nada...decían todo...Lindo
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