Los
Hombres de mi Vida, ( De -1 a +3 años)
Carl, como lo llamarían en su
vejez, tendría como 42 años cuando
una noche del mes de enero, haya decidido tomarse unas cervezas con sus amigos.
El tenía la pasión del venezolano de
reunirse con sus amigos y la pasión intensa de los germanos, aquella que se
desata con la ingesta del alcohol, y hace que se abracen, canten, griten y sigan
bebiendo.
El también tenía una pasión
por este país; de hecho, a veces, se sentía más venezolano que sus hijos mismos,
que habían nacido en esta tierra. Para entonces, ya tenía cuatro hijos, dos
hembras y dos varones. Ya habían tenido una pérdida unos meses atrás; quizá ya
el cuerpo de su esposa, estaría cansado. Las hermanas eran once años
mayor y los hermanos como siete y seis.
Ya todos estaban en la etapa de la infancia tardía y de la pre adolescencia,
cuando la madre empezó a enseñar su pancita del quinto hijo. Ella se lo dijo
cuando llegó de la fiesta. Estaba el país en dictadura, así que llegar tarde no era un tema de seguridad, mas bien de poder recibir la noticia que le dieron.
Unos meses antes de la
llegada, la madre tuvo dos pérdidas muy importantes; primero, su padre falleció lejos sin poder despedirse, y luego,
su mejor amiga, su confidente. Tanta tristeza hizo que el bebé se sintiera mal
y quisiera salir antes de tiempo, tanto tiempo antes, que no hubiera sido
posible la vida con la tecnología de entonces. El reposo en tan profunda
tristeza hizo que se pudiera llegar al final. Era octubre. El médico dijo,
“nacerá por fórceps”, y así fue, donde en la imposibilidad de ver la luz de
forma natural, el bebé haya sido
extraído con pinzas especiales, sujetando la cabeza. –“Será muy inteligente”,
dijo el obstetra al traerlo al mundo, -“es de cabeza grande”. El médico ya
estaba un tanto senil, pero había traído a casi todos los niños que nacieron en
Caracas, y de alguna manera, llegó a confiar tiempo después, en su criterio y observación.
En la familia hubo una
tradición: el gran abuelo casó sus cinco hijos casi a la vez, pero todos
tuvieron hembras. 10 morocotas de oro eran el premio para el hijo o hija que tuviera
el primer varón. María, la esposa de Carl fue la ganadora, pero desde entonces y
como un estigma, nadie de la familia volvió a ver una niña. En esa familia
todas las mujeres son las mayores, lo que haya hecho que casadas tan jóvenes,
las mujeres hayan sido bisabuelas o tatarabuelas. Siempre hubo la esperanza en
la gran familia de que naciera una niña otra vez. Y así fue. María varios años
después, en un accidente de tráfico, perdió a la niña que iría a romper la
tradición.
Aprendió a gritar mucho,
producto de tantos hermanos juntos queriéndolo tocar. A caminar también llegó
temprano. Quizá recuerde muy vagamente su nexo con el chupete o chupón. No lo
quería soltar y María al quitárselo, le decía que se lo había llevado el “zamuro
de la estatua de la India” de El Paraíso, que antes estaba en un sitio y ahora
está en otro, frente a la entrada de la Vega. La India estaba de pié con las
manos alzadas, parada sobre un árbol, con una corona de hojas en una mano, y estaba
desnuda. El tronco del árbol, que es de un chaguaramo creo, estaba flanqueado
por zamuros, águilas y Halcones. (Creo que no eran zamuros sino Cóndores. Zamuro fue más fácil de aprender
para el niño). Igual, ante la posibilidad de "poner bravo" al zamuro, el niño optó por
quedarse callado y chuparse el dedo, en vez.
Esos primeros tres años
fueron de absoluta libertad. Creo que el zamuro, más que quitar el chupón,
terminó por quitarle la ropa, pues siempre estaba caminando descalzo y
desnudo con una bacinilla a cuestas. ¿Qué raro, no? Desnudo pero con bacinilla
para cuando quisiera hacer pupú. Los recuerdos de ese niño libre, en brazos de
su padre, siempre fueron o estuvieron en el mar. Primero, Puerto Cabello, luego
Arrecifes y luego Caraballeda. El mar, en sí mismo, también fue un hombre en su
vida. El padre solía meter al niño desnudo en el mar, y ahí practicaba sus
llantos con sus pulmones, ya entrenados con sus hermanos. Quizá le daba miedo
el agua fría. La figura paterna del niño fue, su padre, su médico, sus hermanos y el mar.
A los 3 años, ese niño ya
tenía conciencia de sí mismo. Una noche, tras un ruido ensordecedor, llegó a
subirse a la ventana de la sala del segundo piso, y vio como decenas de
caballos de plata y metal, crujían sobre el asfalto tibio, en la obscuridad de
la noche. No se podía dormir, tampoco le dijeron que se apartara de la ventana.
El padre cargó a su hijo, y juntos vieron la caravana, y se alegraron porque se
había marchado el dictador. El zamuro se llevó más que el chupón.
Alberto
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