Por Martín Fernández 11/07/2015

Al tener con ternura tus restos en
mis manos, sentía devolverte las caricias de amor que insistentemente me dabas,
y trataba de decirte que no te preocupes por mí, que puedo cruzar la calle sin
necesidad de que me lleves de la mano.
Siempre en mi memoria se
encienden los recuerdos de aquellos pasajes de alegrías y de lecciones bien
aprendidas. Tus labios en mi frente y la ternura de tus manos sobre mi cabeza
se sienten aún en mi corazón, haciéndolo grande y generoso, con capacidad
infinita de amar.
Madre te extraño, pero no con
tristeza, sino con esa nostalgia de consentimientos y sentimientos de orgullo por
tus retoños. Está claro que tengo que agradecerte por tu guiatura para convertirme
en hombre, y a su vez, por enseñarme a ser buen padre.
Margaritas fueron las flores que
te acompañaron, alusivas a tu nombre y belleza, pero somos muchos los que nos quedamos
recordándote, porque dejaste grandes huellas en nuestros corazones.
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