El primer viaje que recuerdo fue a Dinamarca. Durante unas vacaciones de primaria, me adentré en los bosques daneses para acompañar a una niña, Puck (que significa Duendecillo del Bosque en danés), cuando después de morir su madre, siendo su padre un flamante capitán de navío, fue a vivir a un internado. Ese viaje, de vacaciones de verano, abarcó desde el final de la infancia de Puck, hasta que adulta joven, se casó. Aunque antes de eso había ido al recién creado Disneyworld en Orlando, y también había visitado no sé a donde a una chica, Sofía, muy traviesa que se metía en problemas, siempre que pienso o me preguntan por mi primer viaje, lo que viene a mi mente son Puck y Dinamarca.
A la agencia donde obtuve el pasaje para ese viaje, fui muchas veces a buscar destinos que se me ofrecieron durante años, acomodados en estantes en perfecto orden, no sé con qué criterio. Al principio escogía por lo que sugerían a mi intelecto inmaduro las palabras contenidas en un espacio vertical que sintetizaba el paquete del tour. Luego, el interés podía surgir de cualquier manera: una recomendación, curiosidad, alguna referencia o mención, la relación que sugería algún otro viaje o el guía que acompañaba el recorrido. Varias veces me fue negada la visa para alguno de esos viajes o la oferta desaparecía del estante. Otras, en medio del paseo fui extraditada por haberme atrevido a viajar a un lugar que no era apropiado para mi edad. Y algunas veces fui y regresé, sin que las autoridades notaran el movimiento. En esa agencia tomé diversos itinerarios, con finalidades variadas. Por ejemplo, visité más de una familia China de la mano de una señora que ostentaba un premio Nóbel de Literatura y que también me ofreció la oportunidad de contrastar las diferencias culturales y la experiencia de quienes las padecen y celebran en sus relaciones. Conocí los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Fui a Torremolinos donde un toro corrió detrás de mí en las calles. Supe lo que podía ser perder el control con la adicción a las drogas. Me inspiré con el vuelo de una gaviota. Atestigüé muchas aventuras en diversos lugares y épocas y conocí otros Premios Nóbel ya ganados y otros por ganar. También tuve mis primeros contactos con la filosofía y religiones orientales. Si contara todas las aventuras emprendidas desde esa agencia, este escrito no podría ser breve ni podría completarlo para la fecha prevista. Comencé a frecuentar después otras agencias, algunas con oferta muy variada y otras más especializadas, al principio todas físicas y ahora cada vez más virtuales.
Con esos boletos emprendí todo tipo de viajes. De aventura y placer, larguísimos viajes de estudio, algunos superpuestos sobre otros. Algunos de ellos los he hecho más de una vez, de otros no he regresado aún y a más de uno hasta he olvidado. Muchos otros se ha convertido en viajes de procura de herramientas de todo tipo para utilizar en el trabajo o cualquier otra dimensión de mi vida personal. Casi todos esos periplos tienen algo en común: la generosa oportunidad de ir en paralelo a un viaje interior del que puedo regresar transformada por la vivencia, engrandecida por la experiencia.
Carmen Lucía Rojas
Septiembre 2015
Qué maravilloso texto Carmen Lucía. Cuántos viajes fantásticos nos permite hacer la literatura. Gracias por ese regalo para los sentidos y el intelecto.
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