Como agua fresca

Para mí los comienzos huelen a agua fresca. De río, de esa que baja saltando por las piedras, de esa que se salpica a sí misma de hierbabuena, de musgo y de pino. Esa sobre la que flotan flores blancas, que huelen a naranja acaramelada y fresco azahar. Que después de correr y correr, se amansa, y reposa todavía fría, todavía chispeante, haciéndose a sí misma una cama. Así, líquida, 
sólida y gaseosa, todo a la vez.

Con toda la emoción que eso implica.

Con todo el vértigo que eso implica.

Para quienes somos católicos, el Miércoles de Ceniza implica también un comienzo. Marca el inicio de la Cuaresma, un camino lleno de símbolos, pero también repleto de posibilidades espirituales para quien desee aprovecharlas.

Para mí es una invitación a volver a comenzar. Una invitación para reflexionar y para recordar que todos merecemos segundas oportunidades. Es un buen momento para tomar la decisión de hacer las cosas lo mejor posible. No por miedo a arder en el infierno, sino por estar convencidos de que vinimos a este mundo para ser felices (auténticamente felices, no banalmente felices) y eso se consigue con sólo seguir la premisa que es raíz no sólo en el Cristianismo sino en todas las religiones y filosofías que no buscan separarnos sino recordarnos que todos los seres humanos somos hermanos: amar a los demás como a nosotros mismos.

Esto significa respetar, valorar, proteger, colaborar, implicarse, ser voz de quienes no la tienen, compartir, escuchar, enseñar, echar una mano, sumar, interceder, ser leales, ser auténticos, comprometernos con causas nobles, reconocer derechos, convivir con las diferencias pero no con las injusticias, perdonar...

Eso sí se siente como agua fresca.

El Miércoles de Ceniza me sirve también para recordar que esta vida no es eterna, y que debo ser humilde, porque "del polvo venimos y en polvo nos convertiremos". Pero también me sirve para no olvidar que no estamos hechos de cualquier polvo.

Somos polvo de estrellas.