Por: Martín Fernández
El ejercicio siempre ha estado en
mí, bien sea obligado en las clases de Educación Física o por recreación. En mi
etapa de niñez y juventud me la pasaba en el Club Canaria de Macuto practicando
cualquier iniciativa tomada por la Junta Directiva de turno, como: natación,
futbol, futbolito, voleibol, lucha canaria y taekwondo; pero lo mejor eran las
caimaneras de futbolito, sin árbitro ni persona que dirigiera, ni la presencia
de algún adulto, solo jugábamos para divertirnos hasta más no poder, hasta quedar
con la lengua afuera, sin importar que a la mañana siguiente no se pudiera
caminar por el dolor muscular de las piernas.
Al pasar el tiempo comencé a
trabajar y tener familia (una etapa maravillosa), pero sacrifiqué mi salud
corporal. Al avanzar en edad, el sedentarismo me trajo como
consecuencias: dolores de espalda (específicamente lumbalgia), colesterol bueno
bajo, sobrepeso, musculatura flácida, etc. Esto me condujo a volver a hacer ejercicio “obligado”, mejor dicho, por necesidad. Hoy en día
entiendo y hago entender a mi círculo de amigos y familiares que los ejercicios
son parte de mi agenda diaria.
El ejercicio que encontré y me
llena de felicidad es la natación. Pertenezco al grupo Master del Loyola, practicando
con gente muy agradable y nos animamos unos a otros. Tenemos un entrenador que nos
prepara todos los días programas de ejercicios y nos corrige en los estilos:
espalda, mariposa, crol y pecho. Y hay compañeros que han sido grandes
deportistas de esta disciplina que siempre ayudan para mejorar con sus consejos.
Es una comunidad fabulosa.
El primer día que inicié esta práctica (hace 3 años), solo
podía nadar hasta 600 metros (en una hora y media) y quedaba realmente exhausto,
muy adolorido. Poco a poco fui mejorando las condiciones físicas y la técnica. Actualmente
nado entre 2.500 a 3.000 metros y participo en competencias.
He aprendido que se puede lograr
cualquier meta (siempre que sea racional), solo se necesita paciencia,
constancia, motivación, optimismo y escuchar al cuerpo (es quien nos dice “ya
basta por hoy si quieres volver mañana a hacer ejercicios, además, no vas a las
olimpíadas”).
No es difícil hacer ejercicio, solo
hay que tener determinación y convencerse que es necesario para la salud física
y emocional. En nuestra mente existe el “gusano de la deserción” y hay que
vencerlo. Sin pensarlo mucho hay que salir a ejercitarse. Ayuda mucho conocer
las fortalezas personales porque sirven de apoyo, por ejemplo, quien tenga “el
aprecio a la belleza” debe buscar un lugar de belleza natural (Parque del Este
o el Ávila), quien es “sociable” trate
de anotarse con un grupo (por ejemplo, en Los Palos Grandes se reúnen para
trotar juntos o andar en bicicleta). Y por último, avancen poco a poco, no hay
que forzar el cuerpo y disfruten.
FIN
Alentador tu texto, querido Martín. Muy motivador, muchas gracias.
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