En las épocas de muchacho - hace poco pues- el entrenamiento
físico era una forma de vengarse por parte del entrenador. Vengarse de todo
aquel que desde su raza superior, no debía avanzar.
No hablo de un entrenador ario. Me refiero a un individuo más
normal que corriente, quien en sus años
mozos había decidido estudiar las artes de la docencia en educación física.
Este personaje extraído de las páginas de cualquier relato de tortura de la Alemania
nazi, contaba con sus jugueticos de tortura.
Recuerdo una especie de mesa de comedor con gavetas que
llamaban “plinto(*)”, cuyo objetivo era pasarle por arriba empleando
un trampolín, cama elástica o cualquier recurso disponible. Nunca entendí cual
era el objetivo.
Quizá hacía falta una motivación. Un “cuento” que ambientara
tal absurda proeza. Algo así como…”te viene persiguiendo un malandro y tu
corriendo debes pasar sobre la mesa del comedor y huir del malhechor. También existía
un aparato con dos barras paralelas sobre las cuales debía columpiarme. Todavía
no se para que.
Esta especie de Freddy Kruger del ejercicio no le faltaban
detractores. No solo por su estilacho y su figura que dejaba en entredicho sus
habilidades gimnásticas, sino por el trato despectivo hacia el 90% de la clase
que se estrellaba contra el gavetero.
Este selecto grupo de los buenos, es decir aquellos con
condiciones deportivas, estaban los menos capacitados intelectualmente para la
vida. Al igual que el entrenador, eran personajes con los cuales no contaba
para estudiar. Era una lucha entre el intelecto y lo físico, solo envidiado en
aquellos años de adolescente, por las chicas con las cuales salían a rumbear.
Era algo así como formar parte de un equipo o de otro. Montescos y Capuletos, Tirios y Troyanos, buenos y malos.
Desconozco si en la actualidad, la actividad en las escuelas
es transmitida de una manera diferente. Si más que pasar una materia marginal
(entendiendo por marginal, estando al margen), la actividad física es vendida
como la posibilidad de generarse bienestar tanto en lo físico como en lo
espiritual.
Si algún entrenador se ha ocupado en decir que tu actividad
intelectual se verá fortalecida gracias a las endorfinas dopaminas y otras “inas”.
Si las habilidades para pasar un “plinto” te permitirián besar
a la chica de tus sueños, antes que su celoso padre se diera cuenta que tu estuviste.
César
Yacsirk
Caracas 14,
de marzo de 2016
(*)Aparato gimnástico de forma rectangular y alargada, compuesto
por varios cajones de madera superpuestos, de los cuales el superior va
recubierto de una almohadilla para apoyar las manos; se usa para realizar
diferentes tipos de ejercicios y saltos.
Es la misma descripción que yo haría de mis profesoras de educación física. Siempre dudé de si estos profesores les gustó alguna vez el deporte, la educación o, si me apuran, la vida. Nunca vi alegría ni entusiasmo en ellos. Y no esperaba que me la manifestaran a mí, que no era precisamente una promesa olímpica, ni siquiera con "los elegidos". El porcentaje en mi clase era más o menos igual que en la tuya: sólo había un 10% bendecido por los dioses deportivos, que pasaban a ser sus favoritos y a los que tampoco se molestaban en motivar. La motivación hacia el deporte era innata en ellos. Tampoco entendí nunca cómo es que acercar a los jóvenes al deporte significa transformarlo en una especie de castigo, en vez de una invitación a pasárselo bien y saber que tiene muchos beneficios. Igual que tú, espero que hayan cambiado un poco las cosas.
ResponderEliminarJajajajaja gracias por tu comentario. Vi que pude transmitir un sentimiento
EliminarJajajaja lo suscribo, nunca odié tanto la actividad física como en mi época del colegio.
ResponderEliminarEl plinto, una palabra olvidada, casi odiada. El tema era pasarlo sin tocarlo como en el "salto del león" lo llamaban. Del otro lado una colchoneta de 1 centìmetro de espesor, dar una vuelta y ya. Yo me imagino que con tantas leyes de seguridad industrial, el plinto debe al menos, haber perdido las gavetas...
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