Caracas,
09 de diciembre de 2017
Navidad,…¡mágica navidad!
Ya en
noviembre me viene un sol particular; ese que todos los años me clama con
pasión “¡ya es navidad!”. Siento que me distancio de los meses anteriores; que
abro un espacio para el recogimiento; que hago una pausa, en la que vuelco más
mi atención a mis abuelos, amigos de hoy y de antes, compañeros, hija,
sobrinos, pareja, papás, hermanos. Es ese tiempo en que procuro el
acercamiento, el encuentro de almas, el agradecimiento, el perdón, la alegría,
la celebración. No hay forma para mí de que las circunstancias, cualesquiera
que ellas sean, me quiten las ganas del
abrazo, de hacer juntos las hallacas, de recorrer la casa de mi mamá y decirle
qué bella te quedó la navidad este año, sin percatarme que se lo he dicho todos
los años. Mi María Gabriela siempre me lo hace mágico. Siempre presente ella, y
algunas letras o detalles suyos, que me dicen mamá aquí estoy amándote otra
vez. No importa la mirada retorcida que pude haberte dado entre enero y
octubre.
Es que para
mí la navidad es mágica en sí, y también hace magia. Para mí tiene un olor
peculiar, y tiene ese sonido perfecto de nuestros aguinaldos venezolanos y de
la gaita zuliana. Para mí la navidad es “el negrito fullero”.
La navidad
es el pesebre de mi abuela Carmen, hecho por mi tía Carmencita. Y es el árbol
de navidad de mi abuela María, hecho con un tronco de árbol y jabón blanco
batido.
Es Manuel
comiéndose las aceitunas, y Luis quitando el corcho a las botellas que
contienen esas exquisitas bebidas que bañarán nuestra rica y linda cena. Es
Tita preguntándome “cómo te parece lo que les voy a poner para esta noche”.
Es mi papá
invitándome a bailar gaitas. Y es mi mamá la última en estar lista para la gran
cena.
Es Pablo
haciendo todo para que la casa esté impecable. Es Pablo llamándome un 27 de
diciembre para saber del carro. Mi respuesta duró acaso tres segundos, y el
resto de la conversación, una conversación que se ha extendido ya por
tres años, abría espacios en nuestras
historias, que derrumbarían barreras de miedo, y darían paso a un amor verde
azul. Es Pablo diciéndome “quiero estar contigo, de la forma que tú quieras,…y
éste es mi regalo de navidad”, un 25 de diciembre de 2015.
Dios mío,…Dios
nuestro, permítenos por favor, a todos los seres que habitamos este bello país,
poder agradecer tu presencia de alguna forma en nuestras vidas. Permítenos el
alimento a todos. Un techo. Una cobija. Un abrazo. Una mirada compasiva. El
perdón como uno de los presentes más preciados, entre nosotros. Permítenos,
Padre, para esta Navidad, la medicina que apacigue el mal a quien lo padezca.
Muéstranos con tu mano sagrada, un camino sabio, una senda correcta que nos
haga siempre hacer y hacer para amar.
Tibaire
García
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