Escribidor: Alberto Lindner
CUENTO
Petra era muy floja. Como dicen en su pueblo, burda de
floja. Se levantaba muy temprano en la mañana, pero ya como a las diez estaba
descargada, como si fuera una pila vieja. Entonces se dedicada a la
contemplación. Con la mirada en el infinito, como quién inventa el mundo, se
quedaba por horas y horas. Siempre que alguien requería a Petra entre las 10 de
la mañana y las 5 de la tarde, recibía siempre la misma respuesta:
-Petra, ¿puedes ir al abasto?
-Ya va…, contestaba
-Petra, ¿puedes hacer la comida?
-Guá…!Ya vaaaa…!, contestaba como
en un canto sordo y seco
La gente de la casa sabía lo que significaba el “ya va”, un
poco, ”ahora no puedo” o “espera a ver”. La frase “ya va” significaba un mundo
de cosas que quizá estaban pasando por su mente. Ya tenía como 50 años, pero cuentan los
entendidos y las chismosas, que una vez pudo haberse casado, pero ya en el
altar cuando el cura Antonio, con su sotana remendada le preguntó:
-Petra,
¿aceptas por esposo a este señor llamado Ermenegildo?
-Ya
váaaa, contestó pero esta ves como indecisa, dubitativa y como en bajada hasta
quedar muda. La gente comentaba que algo raro le había pasado, que no era la
misma. Claro, no se casó.
Tiempo después, un día, a las 10 como siempre, cayó en letargo y así estuvo
durante diez días y sus noches. Hasta que un día a las 5 de la mañana bostezó,
y se paró a cantar.
Cantó tan duro y fuerte, que su canto se escuchó desde el
pueblo de Petronio hasta el pueblo de Santa Catalina, que queda como a 20
kilómetros de distancia. Todos pensaban
que se había curado pero ese día a las 10 de la mañana, volvió como siempre a
su letargo. En ese canto, cuentan, que la escuchó cantar un brujo malvado. Siguió
la voz como embelesado por el sonido, hasta que llegó a Santa Catalina.
La gente toda de Santa Catalina corrió a ver la nueva imagen
que caminaba por las calles vacías. Vestía de negro, sombrero negro, lentes
negros, y barba negra. -En una noche sin luna hubiera caminado como invisible,
entre la gente, pensó alguno. Se reunieron en la plaza y ya con todos, pero sin
Petra, realizó un conjuro:
-Señores, ¡Les quito la memoria…!. Solo cuando alguien nombre
la palabra mágica de entre todas, solo hasta entonces, estarán en las sombras,
sin recuerdos, sin nada, acotó al final.
Y así como vino, se fue. Nada dijo del canto, nada dijo de
la cantora. Nadie, en lo quedó de memoria, puedo hacer relación alguna.
Y así fue. Para Petra todo seguía normal. Le parecía raro
sin embargo, que cuando salía a caminar entre 5 y 10, a todas las personas que
veía, dueñas de la conciencia de lo que les pasaba, solo llegaban a decir
nombres a lo loco:
-Piedra, zapato, nube, rabia, amor, tristeza, caraota,
quinchoncho, papelón…., y muchas más nombraron.
Petra no sabía que pasaba, solo le parecía raro que la gente
se hubiera vuelto como loca; claro ella no había estado en la reunión en la
plaza con el brujo. Se divertía en
verdad, buscando alguna relación entre lo que escuchaba y lo que pensaba que querían
decir. Así aprendió a caminar más rápido entre la gente, y con un cuadernito y un lápiz, iba escribiendo las frases nuevas:
-el perro del ratón tiene el bigote
mojado por la indiferencia, escribía, o,
-la lluvia con fuego apelotona el
maíz en la casa fuerte…
Pasado un tiempo, la gente tomaba objetos y cosas en sus
manos y los llevaba a otros para que dijeran sus nombres, pero nadie sabía que
cosa se llamaba de tal forma. No había manera… Al perro le decía abeja, a la
gallina; jaula, y todo, en la esperanza de decir el verdadero nombre de la cosa
que llevaban.
Un día, la Tía Jacinta, matrona del pueblo, que ya era muy
anciana, buscó fuerzas y se paró de la mecedora. Dicen que tenía 111 años. Fue
al jardín y recogió de un árbol, una fruta verdosa, pintona y muy olorosa. Aún
no estaba picada de pájaro alguno. Quería hacer su parte en la solución de la
tragedia que estaba viviendo. A lo más lejos que pudo llegar, fue a la casa de
Petra, que vivía al lado, pero ya eran las 10 y 5 de la mañana, y Petra estaba extasiada.
-Petra, ¿qué fruta es esta?, le
preguntó en la voz más alta que pudo… y Petra como siempre y a la tercera vez
que la increpó, dijo,
-¡Guá!..., ¡Ya va…!
Las dos mujeres se vieron a los ojos y ambas exclamaron,
como quién grita al saberse ganador de la lotería:
-GUAYABAAAAAAA…., claro, era la “Guayaba”
la palabra mágica…, pensaron y dijeron. De hecho, lo dijeron muchas veces,
guayaba, guayaba, guayaba... para que no le quedara dudas al embrujo, del
acierto.
Y esa era la palabra mágica, que el brujo había construido
de lo único que había escuchado de la mujer, cuyo canto lo desvió hacia tierras
lejanas. En ese momento, todos recordaron sus historias, sus alegrías, pero
también sus rabias, celos y deseos profundos. En ese momento todo volvió a
normalidad y nadie volvió a hablar del tema. Ni siquiera Petra, que ya no
estaba embrujada de 10 a 5, ya que entendió, que hace unos años, en otro pueblo,
conoció a un brujo que les hizo un encanto el día de su boda. Ya Petra no es más
de 10 a 5…
Muy creativo y agradable tu cuento Alberto. Con el nombre del pueblo, Santa Catalina me ubique en Europa, específicamente en Italia, pero luego pensé que en Italia no hay Guayabos! Entonces es un pueblo mágico! Saludos
ResponderEliminarMuy creativo y agradable tu cuento Alberto. Con el nombre del pueblo, Santa Catalina me ubique en Europa, específicamente en Italia, pero luego pensé que en Italia no hay Guayabos! Entonces es un pueblo mágico! Saludos
ResponderEliminarAlberto realismo mágico con rasgos costumbristas. Encantador y con garra. Me gustó mucho.
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