Caracas,
17 de marzo de 2018
El capitán arrima y bocha, y el juego está ganado
Mi padre fue un gran jugador de
bolas criollas. Es aficionado, aunque no
lo ha vuelto a jugar. Por los años setenta, o quizá finales de los sesenta,
ganó un campeonato de bolas criollas promovido por la otrora empresa Menegrande
en el campo petrolero de San Tomé,
estado Anzoátegui. Cuando Yvette, querida compañera de este Club, nos
asomó el reto de escribir sobre “las bolas criollas y el mingo”, mi memoria me
mostró a mi papá en una posición que recuerdo a perfección, jugando este
tradicional juego venezolano. Me confieso una desconocedora de este juego, y
también les cuento que las letras para llenar estos párrafos, fueron surgiendo
con dificultad.
Llamé por teléfono a mi papá, y
estuvimos conversando sobre las bolas criollas. No le estaba viendo la cara,
pero pude apreciar su expresión de agrado. Como cuando hablas de aquello que te
apasiona. Como quien se sale por un momento de un juego que luce perdido, y se
conecta con sentimientos de alegría, triunfo, solidaridad, sana competencia, y
tantos otros que podemos saborear cuando hacemos lo que nos gusta. Su voz me
habló de sorpresa.
Asumo que pensó: “y por qué me pregunta ésta por el juego de
bolas criollas, y mi historia con él”. Sin esperar a oír la pregunta, yo le
conté de qué se trataba. En la conversación surgieron otros temas, como la
infaltable pregunta de “¿y cómo está la gordita?” (mi hija). De una forma que
no pudimos evitar, aparecieron en la escena de la conversación ciertos
comentarios en torno a las realidades, no tan refrescantes ni sublimes
ellas, que vivimos en los momentos
actuales todos los que, teniendo o no la ciudadanía, o estando o no dentro del
territorio, nos consideramos venezolanos.
Mi papá inmediatamente, y como para dar continuidad al tema de las bolas
criollas, se trajo el juego para la cancha en la que todos estamos jugando.
Me dijo: “hija, el
capitán ni arrima ni bocha, y el juego está perdido”.
Me sonó tan contundente y
lapidaria, como interesante, su expresión. No sin antes sentir un profundo
desasosiego y una gran tristeza en mi alma, emprendí un viaje. Un viaje por
espacios de preguntas, de repreguntas, de búsquedas. Me descubrí diciéndome:
“no puede ser que el juego esté perdido, me niego, no lo acepto”. Quiero pensar
que todos somos capitanes, no importa si es así o no en el juego de bolas
criollas. Opto por creer que sí puede cada quien arrimar al mingo, bochar y así
ganar el juego todo el equipo. Somos privilegiados al contar con una inmensa y
bien proveedora cancha que es este planeta que nos ha sido dado. En
numerosos espacios de esta cancha, nos
encontramos jugando venezolanos que
deseamos arrimar y bochar. Hemos sido privilegiados también con un maravilloso
juego de versátiles y plásticas herramientas con que cuenta nuestro cuerpo y
también nuestro ser, para que podamos crecer, co-evolucionar, co-crear.
Tenemos
infinitas posibilidades de transformarnos a nosotros mismos, y a los otros y a
la cancha. Qué importa si algunos capitanes no arriman, otros sí lo hacemos. Y
bochamos y ganamos. En este momento viene a mí, Mandela, quien en un reducido
espacio que era su prisión, se repetía continuamente “…soy el capitán de mi
vida, soy el capitán de mi alma…”. Siempre estuvo Mandiba inmensamente libre.
En esta noble cancha en la que nos encontramos, hay ciertamente capitanes que
presumen de ser “el capitán”, y se aferran a la senda de la involución, la
inconsciencia, el encharcamiento, y en la ruta de la ruina de sus almas.
También en este campo de juego, somos muchos, muchos, tal vez incontables,
quienes aspiramos a un más elevado nivel de consciencia, a una mirada compasiva
del otro, a acciones de amor y agradecimiento, a crecer juntos en esta amplia
extensión de la que disfrutamos, a contribuir con un desarrollo saludable de
todos como equipo y también como jugadores únicos e irrepetibles de este
maravilloso juego.
Papá, te dedico este escrito, y te invito a jugar de nuevo
el juego de bolas criollas. Será una mágica jugada en la que tú y yo vamos a
ser capitanes, en que arrimaremos al mingo de la esperanza y los sueños
renovados, bocharemos, y yo te oiré decir: “el juego está ganado”.-
Tibaire García
Gracias Tibaire por tu escrito y por alegrar a tu padre con esa llamad. Me lo imaginé con la franela de la empresa en la cancha de bolas del club en San Tomé. ¡Claro que vamos a ganar el juego! ¡ Arrime que yo bocho! ¿Cómo esta la gorda? Ella no es gorda, está muy linda. Salúdamela por favor.
ResponderEliminarTibaire con este escrito nos arrimas al mingo de la esperanza y bochas cualquier pensamiento negativo. Me gustó mucho! Gracias 😊
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