Al tratar de encontrar las palabras
que definan los últimos días vividos vino
a mi mente el título del libro de
Jaqueline Goldberg : “El cuarto de los temblores”. Nos vimos de repente encerrados
en espacios donde el miedo se hizo compañía, acumulando pérdidas y sospechando
amenazas. Como conjuro para protegernos, algunos revisamos las erratas de
nuestra vida; otros, tratamos de entender nuestras incertidumbres.
Pero entendernos desde la incertidumbre es quizá la tarea más estéril
emprendida. Es como vivir en una ola, sin asideros que nos sostengan, inmersos
en el espacio egoísta de la ola misma, pues no puede haber otra ola que la
acompañe. Estaríamos destinados irremediablemente a desplomarnos en una orilla,
por demás inhóspita y dura, donde la fuerza se convierte en vacío, el arrullo en silencio y el ritmo en soledad.
Permitir que la confusión de los
tiempos me haga desconocerme a mi misma
sería como navegar sin velas y sin puerto. Poseo la certeza de quién
soy, pienso y siento; la de tantas rutas
recorridas; la de este rostro que alimenta ilusiones y construye realidades.
Permitir la incertidumbre cuando hemos vislumbrado el norte, permitir la
dispersión de propósitos enredados en apariencias inútiles y yermas, solo postergará esa voluntad de construir.
La potestad de todo ser humano está
en poder decidir. ¿Cómo decidir desde la
incertidumbre? Imposible trazar un mapa
que nos guíe. Un ánimo lleno de
confusión es siempre mal dibujante. Para decidir es necesario confiar: confiar
en quienes somos, en el camino recorrido, en los que caminan con nosotros.
Confiar en Dios.
Necesitamos de una fuerza que aleje las sombras. Esa fuerza es la pasión
por vivir, pasión en la entrega; pasión por dibujar un mapa que sea perdurable,
por el que hemos luchado, en el que hemos creído y siempre creeremos. Un mapa
desde el cual podamos inventar una realidad diferente.
Cada uno de estos días he agradecido mi calidad de luciérnaga que hace
tiempo ustedes me otorgaron: un ser capaz de iluminar a los más cercanos desde
la calidez; cómplice del amor y la alegría, ahuyentadora de oscuranas y tristezas.
Seis meses han pasado, indiferentes a nuestros pesares. Nosotros, los
escribidores, los hemos vivido en el
“cuarto de los temblores”, pero hemos hecho de esos temblores fortaleza.
Irma
Wefer
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