miércoles, 30 de septiembre de 2020

La luciérnaga: seis meses después.

 

     Al tratar de encontrar las palabras que definan los últimos días vividos  vino a mi mente el título del libro  de Jaqueline Goldberg : “El cuarto de los temblores”. Nos vimos de repente encerrados en espacios donde el miedo se hizo compañía, acumulando pérdidas y sospechando amenazas. Como conjuro para protegernos, algunos revisamos las erratas de nuestra vida; otros, tratamos de entender nuestras incertidumbres.  

      Pero entendernos desde la incertidumbre es quizá la tarea más estéril emprendida. Es como vivir en una ola, sin asideros que nos sostengan, inmersos en el espacio egoísta de la ola misma, pues no puede haber otra ola que la acompañe. Estaríamos destinados irremediablemente a desplomarnos en una orilla, por demás inhóspita y dura,  donde  la fuerza se convierte en  vacío, el arrullo en silencio  y el ritmo en soledad. 

     Permitir que la confusión  de los tiempos me haga desconocerme a mi misma  sería como navegar sin velas y sin puerto. Poseo la certeza de quién soy,  pienso y siento; la de tantas rutas recorridas; la de este rostro que alimenta ilusiones y construye realidades.

     Permitir la incertidumbre cuando hemos vislumbrado el norte, permitir la dispersión de propósitos enredados en apariencias inútiles y yermas,  solo postergará esa voluntad de construir. 

     La potestad de todo ser humano  está en  poder decidir. ¿Cómo decidir desde la incertidumbre?  Imposible trazar un mapa que nos guíe. Un ánimo  lleno de confusión es siempre mal dibujante. Para decidir es necesario confiar: confiar en quienes somos, en el camino recorrido, en los que caminan con nosotros. Confiar en Dios.

     Necesitamos de una fuerza que aleje las sombras. Esa fuerza es la pasión por vivir, pasión en la entrega; pasión por dibujar un mapa que sea perdurable, por el que hemos luchado, en el que hemos creído y siempre creeremos. Un mapa desde el cual podamos inventar una realidad diferente.

     Cada uno de estos días he  agradecido mi calidad de luciérnaga que hace tiempo ustedes me otorgaron: un ser capaz de iluminar a los más cercanos desde la calidez; cómplice del amor y la alegría, ahuyentadora de oscuranas y tristezas.

     Seis meses han pasado, indiferentes a nuestros pesares. Nosotros, los escribidores, los hemos vivido  en el “cuarto de los temblores”, pero hemos hecho de esos temblores fortaleza.                                               

Irma Wefer

 

  

 

 

 

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