Un
día decidió dejarse sorprender. No era una tarea fácil, había sido educado para
sospechar de todo, para pensar mal y acertar. La malicia era un valor en su
entorno. “Ese muchacho si tiene malicia” decía su mamá cuando lo encontraba
argumentando en debates superfluos del colegio.
Pero
un día se hartó de vivir así.
Cuando
llegó a la adultez, me refiero a ese momento en el que la sorpresa deja de ser
algo natural en la vida y la rutina de la estabilidad se hace una ley
inquebrantable, se dio cuenta de que de pronto ya no tenía nada por lo que
valiera la pena despertar al día siguiente. Sus papilas gustativas estaban
acostumbradas siempre al mismo sabor de bajo en sal porque es bueno para la
hipertensión, su vista 20-20, su piel suave, su cabello intacto. Pareciera que
los años no habían pasado por él, al menos eso pensaba.
Estaba
harto.
Esa
mañana salió con la convicción de que ese día se dejaría sorprender. Caminó con
el ceño fruncido y la mirada hacia el piso para evitar el incómodo contacto
visual, pasó bajo un araguaney amarillo y floreciente. Dio la vuelta en una
esquina llamada “El muerto”, pasó al lado de un carrito con un altavoz que
emitía ese extraño sonido de vendedor ambulante: plátano-maduro-para-las-tajadas-plátano-verde-para-el-tostón.
Siguió
sus pasos y encontró la plaza llena de palomas comiendo cotufas, una cosa
extremadamente asquerosa a su entender. La señora de la esquina le lanzó
burbujas de jabón lo que consideró un acto supremo de descortesía. Los viejitos
de la esquina lanzaban la cochina y armaban la algarabía propia de un juego de
dominó.
Estaba
harto.
Se regresó a su casa en taxi, por la Cota Mil. Para alejarse del ruido y
el bullicio que no le permitía concentrarse en su tarea de encontrar la
sorpresa. Pasando por la Cota vio la ciudad de extremo a extremo. Pensó en la
triste vida de sus habitantes, rodeados de tanto ruido, tanto caos. Al otro
lado el Ávila se desplegaba, pero no lo vio porque seguía en la búsqueda de la
sorpresa.
A
pocos metros de casa el taxista silbaba la canción que sonaba en la radio. “La
vida te da sorpresas, ¿no? mi Don” le dijo, pero él no prestó atención. “Todos
los días la vida te da sorpresas”, repitió el taxista.
Por Nayari Rossi Romero
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