miércoles, 25 de marzo de 2015

El día en que buscó la sorpresa

Un día decidió dejarse sorprender. No era una tarea fácil, había sido educado para sospechar de todo, para pensar mal y acertar. La malicia era un valor en su entorno. “Ese muchacho si tiene malicia” decía su mamá cuando lo encontraba argumentando en debates superfluos del colegio.

Pero un día se hartó de vivir así.



Cuando llegó a la adultez, me refiero a ese momento en el que la sorpresa deja de ser algo natural en la vida y la rutina de la estabilidad se hace una ley inquebrantable, se dio cuenta de que de pronto ya no tenía nada por lo que valiera la pena despertar al día siguiente. Sus papilas gustativas estaban acostumbradas siempre al mismo sabor de bajo en sal porque es bueno para la hipertensión, su vista 20-20, su piel suave, su cabello intacto. Pareciera que los años no habían pasado por él, al menos eso pensaba.

Estaba harto.

Esa mañana salió con la convicción de que ese día se dejaría sorprender. Caminó con el ceño fruncido y la mirada hacia el piso para evitar el incómodo contacto visual, pasó bajo un araguaney amarillo y floreciente. Dio la vuelta en una esquina llamada “El muerto”, pasó al lado de un carrito con un altavoz que emitía ese extraño sonido de vendedor ambulante: plátano-maduro-para-las-tajadas-plátano-verde-para-el-tostón.

Siguió sus pasos y encontró la plaza llena de palomas comiendo cotufas, una cosa extremadamente asquerosa a su entender. La señora de la esquina le lanzó burbujas de jabón lo que consideró un acto supremo de descortesía. Los viejitos de la esquina lanzaban la cochina y armaban la algarabía propia de un juego de dominó.

Estaba harto. 

Se regresó a su casa en taxi, por la Cota Mil. Para alejarse del ruido y el bullicio que no le permitía concentrarse en su tarea de encontrar la sorpresa. Pasando por la Cota vio la ciudad de extremo a extremo. Pensó en la triste vida de sus habitantes, rodeados de tanto ruido, tanto caos. Al otro lado el Ávila se desplegaba, pero no lo vio porque seguía en la búsqueda de la sorpresa.


A pocos metros de casa el taxista silbaba la canción que sonaba en la radio. “La vida te da sorpresas, ¿no? mi Don” le dijo, pero él no prestó atención. “Todos los días la vida te da sorpresas”, repitió el taxista.

Por Nayari Rossi Romero

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