MI MAESTRO DEL PERDÓN
Hace años, en un momento
inesperado, sin tocar la campana, de repente el PERDÓN, invadió mi caja negra,
se metió en el cementerio de mis muertos vivos y me trajo en vilo, el cadáver
lacerante de mi padre. Él… para mí ya era polvo, óxido desgañitado en el reloj
del tiempo
No sé cómo hiciste, ni que
dijiste en aquella clase magistral del PERDÓN
No recuerdo si tus
argumentos, eran versos o látigos
No sé, si lanzaste a mi
inconsciente, una flecha fulminante de fuego
No sé, si socavaste mis
grutas muertas, las que celosamente acumulan dolores ancestrales y guardan las
tumbas de quienes, no me viven
No sé cómo adivinaste, que
yo tenía una herida muerta con cara de cicatriz, supurando desde hacía más de
30 años
Entonces, lanzaste dardos
envenenados del perdón químicamente puros, sin ninguna traza de impureza a la
que pudiera asirme y negarme… a zambullir mi alma en su brebaje, negarme al
conjuro de acabar con mi herida cumbre
Ésa misma noche, hice mi
primera Carta del Perdón, la tarea que mandaste. Porque y para que, apuré ésa
carta, acaso muy en el fondo, estaba esperando por un catalizador humano del
perdón…
Pasaron los meses,
terminamos el Diplomado I de Psicología Positiva y me fui de viaje a Lima, con
una libreta llena de notas, como arma del perdón. Había vaciado en ellas, mi
dolor congelado, mis vivencias de orfandad e indiferencia paterna, mis frases y
oraciones perdonando y pidiendo perdón…
Dios escribe sus libretos y
nos hace actores de la magia del perdón, al día siguiente de mi llegada, encontré
a mi padre en la primera fila de la iglesia; allí también estaba Cristo, como
juez y testigo de nuestro perdón. Las palabras mudas, gritaron el lenguaje del
amor, selladas por un inmenso abrazo, de esos que se conjuran, cuando son
crudos los años de ausencia.
Nunca sabrás, querido amigo
maestro, de lo que fuiste capaz; lograste lo que mi familia no pudo: mi
reconciliación con el ser que me dio la vida, cuánta carga me aliviaste,
cuántos pecados quedaron condonados en mi deuda divina.
Te has ido sin darme tiempo
de darte GRACIAS. Tus pasos sigilosamente apuraron tu partida, no te percataste
que era la muerte, quien te abrazaba, viste a un ángel en forma de mujer bella
y te lanzaste en vuelo…que sean mis ángeles custodios, quienes te hagan llegar,
mi abrazo de la gratitud y el adiós…
Gudelia Cavero Hurtado
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