viernes, 26 de julio de 2024

Los héroes verdes

Héroes verdes

Ese día, saqué del closet mi mejor chaqueta para las lluvias. Todo estaba empantanado, tanto que la noche antes había que tenido que construir un canal para que el agua llegara a la quebrada. Llovía mucho, y el agua se había acumulado tanto, que temía que el relleno de tierra apisonada, cediera también. Pero al quitarle la carga, funcionó.

            Era un jardín en dos niveles; el primero era la salida de la parte del corredor al jardín, y la otra parte estaba en un nivel más abajo y había que bajar por una inclinación, justo por donde el agua acumulada hizo lo suyo. Entre un nivel y otro, había un gran muro de piedras, una encima de otra, inteligentemente colocadas buscando que calcen y se soporten. La fuerza la adquiere de la cantidad de piedras, aunque contra el agua, ni las grandes, pueden.

Al final de la segunda terraza, se encuentra la quebrada, que pequeña en su tamaño, ha solido asombrar a algunos, cada cierto tiempo. La gente lo sabe y de alguna forma se protege. Allá, al fondo y a la derecha, teníamos que construir un frontón.  Una cancha de frontón se constituye en paredes de 10 metros y hasta los 30 de largo, es abierta en dos caras. Se trata de golpear la pelota contra la pared y controlar el rebote. Se juega en parejas.

            Luego de todas las lluvias, y ya con el jardín en mejores condiciones, volvimos a la construcción. Se suele llamar “replantear”, (muy distinto a replantar) a la toma de las medidas, en el terreno. Todo iba bien a excepción, a que en el metro 28, estaba un arbolito.  El arbolito en cuestión no era muy interesante, ni robusto, más bien, delicado. La primera aproximación que hice, junto a que avanzábamos en colocar las dimensiones de la cancha, fue con el vendedor de plantas. Me acompañó y dijo: - es una cerecita, un semeruco.

            Ya con el nombre, invite a un amigo botánico al que solía preguntar. –Es una cerecita, que suelen ser arbusto, pero esta es arbórea (un árbol). Nunca había visto a una crecer así. Debe ser muy longeva, aclaró. Por último, llame a un ingeniero agrónomo que mueve árboles de un lado a otro y dijo:- esta cerecita arbórea, no es factible de moverse. No lo resistiría, concluyo. Y yo, con todas estas peripecias, llamé a los dueños.

            Les conté de su nombre, de la fruta, del sabor, de que es una especie de cuidado, que es única porque creció como árbol, que pudo haber dado frutos a los ejércitos de Simón, y que no es factible de ser transplantada. Les mostré que su cancha es más grande que el lugar donde se encuentra el arbolito y que solo hay dos opciones. Una, pedir permiso, o dos, dejarla tranquila, lo que ocasionaría construir una cancha fuera de las dimensiones legales, o del peligro de que el jugador se golpee al correr de espalda. Nos quedamos unos minutos en silencio para luego contestar sus preguntas.

            Hoy, es una cancha de 28 metros con un árbol de cerecita al fondo, que florea y da frutos tres veces al año, y que es única.  La amable familia que vive ahí, me han invitado algunas veces a almorzar y me dicen, -Sabes ¿cuál fue la mejor decisión que tomamos?, dejar la cerecita. Ese día sentado frente al arbolito lleno de frutos rojos y con cantidad de pájaros en una sinfonía de trinos y cantos, fue que supe, que de esta manera, podemos hacer un acto heroico para otros, pero lo más importante es que me puedo decir, (muy bajito), ¡soy un héroe!

Solo con respeto y compañía, un pequeño arbusto se puede convertir en un árbol, más allá de la genética…

 

Alberto

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