No es que sea un secreto que tiendo a apreciar lo comúnmente imperceptible. Pero creo que jamás lo he recapitulado, al menos en detalle, con alguien de manera intencional. De tal modo que categorizo como “lo que nunca he contado” mi muy íntima percepción del mundo.
Cómo yo veo las cosas:
Que las gotas de lluvia al caer en el suelo parecen bailarinas de ballet.
Que la luz de la media tarde parece cubrir todo lo que toca en un delicadísimo velo de color oro…
Y su contraparte, la luz de la luna llena, pareciera cubrir todo con un delicadísimo velo de color plata. Generando las más delineadas sombras en el oscuro de la noche.
Que la tierra, mojada de lluvia, emana el olor más delicioso, quizá desencadenando recuerdos profundamente enterrados en nuestras raíces prehistóricas ya que para mi ese olor a tierra empapada significa hogar.
Que las hojas de los árboles, al batirse con la brisa, parecen susurrar miles de secretos maravillosos en mis oídos. Los oigo con detenimiento y gusto.
Que el sonido del riachuelo atrás de mi casa me recorre de pies a cabeza, dejándome con una sensación intangible de cristalinidad.
Los truenos y relámpagos, no sé si tienen también alguna raíz ancestral, pero generan en mí tanta dicha. Colmándome de paz interior. Cuando mis hijos eran pequeños, les contaba la historieta de que el relámpago era el cielo tomando una foto de todas las cosas lindas aquí en la tierra, y el trueno que le seguía, los aplausos por la foto tan bella. Aún compartimos esa dulce historia ahora que están todos en su adolescencia.
Que a mi alrededor, el color verde existe en tal abundancia de matices que nunca deja de sorprenderme y de deleitarme los sentidos.
Que cualquiera que sea esa perfecta composición química hace que nuestro cielo sea de un azul tan intenso, embellecido aún más cuando contrasta con los miles de verdes y los puntitos blancos como algodón. Balance perfecto.
Y en los días en que el cielo se hace gris, y las nubes bajan a besar la tierra, días así me siento acogida y abrazada. Protegida por la naturaleza, y de nuevo siento esa paz emanar en mi interior.
En fin… pudiese seguir, pero ahí se los dejo, lo que nunca he contado: cómo mis sentidos y mi alma perciben este mundo. Quizá se pudiese resumir que mi percepción de este vasto mundo en el que vivimos es en realidad un profundo y arraigado sentido de agradecimiento.
Juad
Juad, escrito entrañable, humano y profundo. Una nueva poeta en el Club
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