Es imposible no ver el dolor y la desesperación de una Venezuela que a
diario grita en silencio el arrebato de su dignidad. Hoy estamos desnudos ante
el mundo, es uno de esos episodios de la historia en que las sociedades son
empujadas al extremo en el cual muestran lo peor y lo mejor de sí mismas. Sin
duda hemos sido testigos de ambas cosas.
He seguido de cerca diversos debates que se han planteado en nuestro
entorno sobre la difícil pero soberana decisión de abandonar el país, y lejos de
los epítetos y juicios que han sido emitidos por los que se quedan y por los
que se van, pienso que ambos, tienen en el fondo algo de temor y valor.
El que se queda tiene la valentía de asumir y enfrentar el desgaste del
cada vez más acelerado proceso de deterioro de la calidad de vida, a la vez que
se atemoriza de lo nuevo y lo desconocido que implicaría comenzar una vida
desde cero fuera de su tierra, familia, amigos y zona de confort. Por el
contrario, el que se va, asume el reto de arriesgarlo todo con valor, de dar el
salto hacia un vacío incierto que puede estar pleno de éxitos pero también de
fracasos, al mismo tiempo, siente el terrible temor de quedarse y engrosar en
esta ruleta rusa llamada país, las trágicas estadísticas que ya son parte de
nuestra cotidianidad.
Pero lo cierto es que ambos tienen toda la razón, los dos son tan
venezolanos como el alma llanera, a la vez que muy valientes por la decisión
que están tomando. Aunque no sea de una forma tan consciente ni evidente, tanto
los que se van como los que se quedan, tienen algo en común que los une, y es
que toman sus decisiones basados en la ESPERANZA, o como yo lo defino: ESPERAR
CON ANSIA. Ambos ven en el futuro al menos una posibilidad de éxito, a pesar de
todas las dificultades que tendrán que atravesar, (porque lo único certero es
que ambos tendrán que atravesar y superar muchos obstáculos).
El instinto humano de vivir, de surgir y de superar la adversidad es más
poderoso que cualquier cosa. Ese pequeño concepto humano, del que dicen “es lo
último que se pierde” ha sido la fuente de los más increíbles milagros de la
humanidad, aferrándonos a la vida y esperando con ansia el destello de
luz que nos devuelva la paz y la serenidad perdida. Entonces irse o quedarse no
es el meollo del asunto, hasta donde nos tengamos que ir, o hasta donde nos tengamos
que quedar, debemos mantener encendido ese faro que guíe nuestro barco a puerto
seguro.
Martin Luther King dijo: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo,
hoy todavía, plantaría un árbol.” Y es que la esperanza nace y vive en aquello
que ignoramos, que es muchísimo, y se va desvaneciendo en aquello que ya
conocemos, que es prácticamente nada.
Oscar Morillo
Abril 2015
Maravillosa reflexión querido Oscar, muchas gracias.
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