Fecha: 28/08/2022
Autor: Martín A. Fernández Ch.
Ya entrada la noche, ella manda a su hijo Pedro al encuentro de su padre, quien comúnmente llegaba a casa por esa hora.
- Hijo, coge la lámpara para que vayas a recibir a tu Papá –dijo la madre mientras se disponía a calentar la comida para su marido.
Pedro agarró una lámpara de vela
que se encontraba sobre la mesa del comedor, la encendió y salió de la casa
rumbo al camino por donde su padre siempre acostumbra a venir de su jornada de
trabajo. Él camina muy despacio, cubriendo con la mano la llama para que el
viento no se la apagara.
Caminó un largo trecho o eso pareció,
por el tiempo que tardó. Casi llegando a las puertas del cementerio, comenzó a
ver sombras, pero se dio cuenta que no tenía nada que temer, porque la vela
reflejaba su figura, así como la de los arbustos y árboles, y dejaba ver en penumbra
la puerta del lugar y las tumbas. Al llegar a un sitio abierto, la vela se le
apagó. Pedro se dijo así mismo «Dios, deja de soplar» y siguió su camino en
plena oscuridad, ya que no tenía temor a los muertos, porque su padre siempre
le decía «el muerto está muerto, solo Jesús ha sido el único que ha resucitado».
Realmente no estaba asustado, sin embargo, sintió de repente una presencia y le
encendió la vela, lo cual sí lo aterró. En principio, se quedó paralizado
pensando, viendo en su frente el reflejo de un hombre con sombrero entre las
sombras, votó la lámpara e inmediatamente salió corriendo despavorido de regreso
a casa.
Pedro escuchaba una voz que le
decía “no corras, para dónde vas con tanto apuro”, aterrándolo más y provocándole
correr más rápido aún, sin importarle la oscuridad. Como conocía perfectamente
el camino y su relieve, pudo llegar a su casa en un instante y sin tropezar.
Abrió de manera abrupta la puerta y entró de forma fugaz, cerrándola con toda
su fuerza y se lanzó a esconderse debajo de la mesa del comedor, respirando
agitadamente, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.
- Pedro, mi amor ¿qué te pasa? ¿Y tu Papá donde está? –le dijo la madre.
- ¡No sé Mamá! El viento apagó la vela, luego se encendió, vi la cara espantosa de un hombre, me asusté, era horrible y me vine corriendo –contestó Pedro de manera entrecortada, agarrando aire para tranquilizarse.
- ¡Vamos Pedro, estas exagerando! –le dijo la Mamá.
En eso, la puerta de la casa se
abrió lentamente, acompañada de un chillido agudo de las viejas bisagras, luego,
se escucharon unas pisadas fuertes sobre el piso de madera. Pedro, debajo de la
mesa, vio entrar a alguien con unas botas negras, empantanadas, estaba
aterrado, más cuando ve a la persona agachándose y levantando el mantel de la
mesa para asomar la cabeza, preguntando “dónde está Pedro, quien corre como el
viento”. Era su Papá echando una carcajada y extendiendo su brazo para que su
hijo saliera a saludarlo.
- ¡Papá, eras tú! ¡Tremendo susto me diste! – dijo Pedro saliendo rápido del piso y lanzándose a los brazos de su Papá.
Luego de conversar un rato sobre
lo sucedido, Mamá sirvió la cena y los tres compartieron felices el manjar que
había preparado. Pedro acompañó su comida con una bebida fría de “cola” y los
padres con un vaso de vino tinto.
FIN
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